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¿Puedo con todo?: el síndrome de Atlas y las cargas excesivas que no podemos dejar de llevar

Cargar con todo no nos redime. Se convierte en una tarea titánica que transforma la vida en un eterno padecer. ¿Quién se atreve a compartir el peso por un rato y a dejarse sostener?

En ciertas épocas, las cargas invisibles pesan un poco más y, para soportarlas, doblegamos el cuerpo, bajamos la mirada y no podemos ver el camino que se nos abre por delante. Solo sentimos que tenemos que resistir un día más. ¿Qué podríamos cambiar para aliviar algo de lo que estamos sosteniendo? ¿Qué decisión necesitamos tomar para empezar a llevarlo de una forma diferente? Tan solo el hecho de poder hacernos estas preguntas se vuelve un privilegio. Quienes aún conservamos un resto para reflexionar y prometernos hacer algo distinto, al menos, tenemos abierta una puerta.

Para muchas personas, este sentir ni siquiera es una cuestión de fin de ciclo ni de un tiempo sobreestimulado. Cargar el peso del mundo es una forma de vida. “No doy más” es una de las frases más habituales en nuestras conversaciones y en nuestros silencios. Sin tener que dar muchas más explicaciones, sabemos que el otro nos entiende. El agotamiento se vuelve el estado permanente. La vida pesa. Más allá de un tiempo que nos convoca a todos a enfrentar nuestro límite, a muchos se nos recrudece “el síndrome de Atlas”.

Cuando desvalorizamos nuestra tarea y cuando sentimos que nadie ve todo lo que sostenemos, estamos tomados por el mito de Atlas.

Cuando nos convencemos de que tenemos que cargar el peso del mundo sobre nuestros hombros; cuando creemos que si no cuidamos a los otros, todo se derrumba; cuando callamos nuestro cansancio porque sentimos que hay cosas más importantes, que no tenemos derecho a quejarnos, cuando desvalorizamos nuestra tarea y cuando sentimos que nadie ve todo lo que sostenemos, estamos tomados por el mito de Atlas.

Para la mitología griega, Atlas es un titán que fue condenado por Zeus a sostener el cielo sobre sus hombros por toda la eternidad. Simboliza esos aspectos y esos momentos en los que pareciera que nuestro único propósito es llevar las cargas. ¿Por qué? Porque podemos, porque no tenemos opción o porque, quizás, “nadie puede como nosotros”.

Para soportar todo lo que necesitamos sostener, emerge desde muy dentro una fuerza descomunal y una gran resistencia. Vivimos en alerta, porque “si nuestra fuerza falla, todo puede colapsar”.

La mayoría de nosotros ni siquiera lo vive con orgullo, no lo considera un talento ni un don. El peso y la obligación de sostenerlo todo se asemejan más a una condena que debemos aceptar.

“No doy más” es una de las frases más habituales en nuestras conversaciones y en nuestros silencios. (Foto: Adobe Stock)
“No doy más” es una de las frases más habituales en nuestras conversaciones y en nuestros silencios. (Foto: Adobe Stock)

A medida que pasa el tiempo, las consecuencias se hacen más evidentes. Ya no nos queda resto. Agotamos nuestra energía psíquica y emocional. Hemos usado todas las reservas. Cuando nos sobreidentificamos con nuestra función de sostén, olvidamos nuestra humanidad, la potencia de la vulnerabilidad, el derecho al descanso, la capacidad de disfrute, el derecho a la alegría.

Incluso, quizás, nunca hemos tenido la posibilidad de sentirnos así, ya que quienes sostienen las cargas, en ocasiones, suelen empezar esta titánica tarea desde muy pequeños, asumiendo responsabilidades de cuidado que no fueron acordes a su edad. Nos hicimos responsables de padres, hermanos o abuelos, por ejemplo. Nos convertimos en sostén emocional de un hogar o en reparadores y armonizadores de dinámicas complejas. Circunstancias como estas marcaron una identidad. Es por eso que, a veces, ser el fuerte, el resistente, el salvador y el que todo lo puede reforzar la autoestima y encubre el cansancio, el dolor y la soledad.

Algunos referentes de la psicología arquetipal entienden que Atlas también puede ser el símbolo de un trauma transgeneracional. Quienes transitamos algunos caminos de autoconocimiento responsable fuimos pudiendo acceder a otra información y así confirmamos que algunos pesos, o la forma en que los cargamos, son heredados del linaje al que pertenecemos y del inconsciente colectivo del que somos parte.

El mito de Atlas tiene muchos símbolos para desplegar. Su potencia nos puede ayudar a vislumbrar caminos de redención de esa pesada culpa que, seguramente, no es propia. Cuando logramos reconocer las cargas, nombrarlas y compartirlas, volvemos a recuperar la humanidad.

Si empezamos a deshacer la creencia de que somos los únicos responsables, si nos permitimos recibir ayuda, si logramos silenciar las voces que dicen “nadie como yo puede cargar con esta situación”, algo empieza a transformarse. En la medida en que vamos logrando pequeñas renuncias y nos permitimos compartir la carga, aunque sea por un rato y aunque otros la porten de una forma diferente, se abrirán nuevas posibilidades.

Quizás no estamos tan solos. Tal vez otras personas están cerca, esperando a que les hagamos lugar, a que les pidamos ayuda, a que las hagamos parte de nuestra osadía personal.

Muchas veces, lo que nos redime no es cargar el peso del mundo. Levantar la mirada, girar la cabeza y darnos cuenta de que hay alguien y de que hay algo que también nos sostiene a nosotros nos transforma y nos salva.

Que así sea.

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