Los televisores 8K brindan una claridad de imagen inédita, pero requieren pantallas grandes y accesorios de alta gama
La tecnología en los televisores ha permitido que los usuarios tengan la oportunidad de encontrar dispositivos con resoluciones 8K y 4K, como las experiencias de mayor calidad actualmente. Sin embargo, no siempre es fácil entender las diferencias de estas opciones.
Cada formato responde a distintos perfiles de usuario, necesidades de espacio y expectativas frente contenido audiovisual que disfrutarán en esa pantalla.
En qué se diferencian los televisores 4K y 8K
La principal diferencia radica en la resolución de pantalla. El estándar 4K implica una retícula de 3.840 x 2.160 píxeles, lo que cuadruplica el número de puntos respecto al clásico Full HD (1080p). Esta densidad de píxeles otorga una imagen más nítida, colores definidos y una mayor riqueza de detalle, sobre todo en pantallas de más de 55 pulgadas.
Su popularidad ha permitido que el precio baje y que la oferta de contenido disponible sea muy amplia en servicios de streaming, reproductores Blu-ray UHD y consolas de videojuegos actuales.

Por el contrario, los televisores 8K elevan la apuesta con 7.680 x 4.320 píxeles, dieciséis veces más que el Full HD. Esto implica una claridad de imagen inédita y una visión que puede considerarse libre de pixelación, incluso a cortas distancias en pantallas de gran tamaño.
Sin embargo, estos modelos suelen encontrarse en tamaños superiores a las 75 pulgadas y sus precios siguen marcando la diferencia respecto al 4K, no solo por la pantalla sino por los sistemas y accesorios complementarios de video y audio necesarios para aprovechar su potencial.
Cómo saber qué tecnología conviene más
Aunque el 8K encabeza la vanguardia tecnológica, el usuario promedio suele encontrarse mejor servido con una opción 4K. La relación entre distancia y tamaño de pantalla es clave: en salones pequeños o medianos, el ojo humano difícilmente distinguirá la diferencia de nitidez que ofrece el 8K.
Por ejemplo, para un espacio donde el sofá se encuentra a unos 2,5 metros de una pantalla de 44 pulgadas, tanto una pantalla QHD, 4K o 8K brindan una experiencia visual similar según investigaciones recientes.

El factor costo cobra especial importancia. El catálogo de televisores 4K se ha vuelto cada vez más asequible debido a su masificación, lo que libera presupuesto para otros elementos de la configuración del cine en casa, como sistemas de sonido, mobiliario o iluminación ambiental. Por el contrario, una pantalla 8K implica un desembolso notablemente mayor, tanto en el televisor como en equipos compatibles.
La compatibilidad con consolas actuales y la tasa de refresco también inclinan la balanza: mientras 4K es plenamente soportado por la mayoría de los dispositivos en el mercado, el 8K todavía enfrenta limitaciones en juegos y está restringido a modelos de gama premium tanto en hardware como en contenido multimedia.
A esto se suma la escasez de material nativo en 8K disponible actualmente en plataformas comerciales, lo que significa que quienes adquieran un televisor 8K deberán esperar a que la producción audiovisual evolucione durante los próximos años.
Por tanto, el tamaño recomendado para televisores 4K va usualmente hasta las 65 pulgadas, con algunos modelos comerciales llegando a 98, mientras que en televisores 8K los fabricantes ofrecen versiones a partir de 75 pulgadas (y modelos de hasta 85). La distancia recomendada de visualización inicia en torno a los 2 metros para 4K y 3 metros para 8K, lo que ajusta la utilización óptima de cada estándar a espacios habitacionales diferenciados.

Qué tan preparados están nuestros ojos para notar la diferencia entre el 4K y 8K
La discusión sobre la necesidad de avanzar más allá de 4K cobra un giro relevante a la luz de los descubrimientos científicos recientes. Un estudio de la Universidad de Cambridge y el laboratorio Meta Reality Labs, publicado en Nature Communications, marca un límite fisiológico: el ojo humano, en condiciones cotidianas, no distingue diferencias perceptibles entre 4K y 8K en pantallas de tamaño estándar a la distancia habitual de visionado.
La investigación determinó que, para un salón promedio con el televisor a 2,5 metros, el nivel de detalle apreciable alcanza su máximo con resoluciones ya disponibles en el mercado, y que una mayor cantidad de píxeles no deriva en una experiencia visual superior.
Según los autores del estudio, la capacidad de resolución del ojo humano, medida en píxeles por grado (PPD), se sitúa entre 53 y 94 según el color y la ubicación dentro del campo visual. El estándar tradicional estimaba este límite en 60 PPD, pero el equipo de Cambridge comprobó que los parámetros mejoran con monitores modernos, aunque caen en visión periférica o con colores específicos.
En blanco y negro la cifra máxima es de 94 PPD, mientras que en patrones rojos y verdes desciende a 89 y a 53 en los extremos cromáticos.

Esto implica que en condiciones domésticas típicas, como un televisor de 44 pulgadas visto a 2,5 metros, tanto 4K como 8K superan lo que el ojo es capaz de discernir. “Si tienes más píxeles en la pantalla, esta se vuelve menos eficiente, cuesta más y requiere mayor potencia de procesamiento”, afirmó el coautor Rafał Mantiuk.
El equipo incluso desarrolló una calculadora en línea que utiliza datos como tamaño de sala, distancia y especificaciones de la pantalla para indicar si se aprovecha realmente el límite físico del sistema visual humano.
Más allá de la resolución, el procesamiento cerebral tiene un papel crucial. El cerebro, responsable de interpretar la información que captan los ojos, muestra grandes diferencias a la hora de discernir detalles en color y en la visión periférica, por lo que un mayor número de píxeles en pantalla no se traduce necesariamente en mejores imágenes en todo el espectro visual.
 
						
									








































 
								
				
				
			




 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				