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El Gran Museo de Egipto por fin está abre sus puertas

Cuando el arqueólogo británico Howard Carter se asomó por primera vez a la largamente buscada tumba de Tutankamón y le preguntaron qué había visto, se dice que respondió: “Cosas maravillosas”.

Por primera vez desde aquella excavación de 1922, todas esas “cosas maravillosas” –más de 5500– se exponen juntas en una nueva exposición que sus curadores esperan que despierte esa misma sensación de asombro.

La nueva colección de Tutankamón es la pieza central del Gran Museo Egipcio, un megacomplejo de El Cairo lujosamente diseñado, con las Grandes Pirámides de Guiza levantándose desde el desierto a sus espaldas. Tras décadas de preparación, el museo ha abierto por fin sus puertas al público.

Su apertura es un “regalo de Egipto al mundo”, dijo el presidente egipcio, Abdulfatah el Sisi, a los asistentes a la gran ceremonia de inauguración del museo la semana pasada. Y alberga un conjunto casi abrumador de piezas notablemente conservadas de una antigua civilización que ha fascinado a arqueólogos, historiadores y visitantes de museos durante siglos.

Para el gobierno de Egipto, el Gran Museo Egipcio ha llegado a simbolizar sus ambiciones de elevar el estatus del país y los ingresos del turismo, proporcionando un salvavidas a la maltrecha economía egipcia.

Y para muchos egipcios, el vanguardista museo se considera un escenario desde el que renovar las exigencias de que las antigüedades más emblemáticas de Egipto pertenezcan a su patria, y no a las salas de mármol de los museos europeos.

“Los viejos argumentos contra la devolución se están desmoronando”, dijo Monica Hanna, destacada egiptóloga radicada en El Cairo. El nuevo museo, argumentó, era una señal para el mundo: “Egipto posee la capacidad, la voluntad y las instalaciones de categoría mundial para albergar su propio patrimonio”.

Con tantas esperanzas puestas en el museo, sus creadores fueron ambiciosos, a pesar de los más de 20 años de retrasos en medio de una revolución y una contrarrevolución, una pandemia y crisis económicas.

El complejo de más de 500.000 metros cuadrados, que se extiende por una superficie superior a 90 campos de fútbol, podría considerarse mejor como varios museos en uno. Sería casi imposible verlo todo en un día.

La entrada piramidal de alabastro resplandeciente conduce a una espectacular gran escalinata, donde estatuas iluminadas y columnas gigantes emergen de escalones oscurecidos. En el interior del edificio principal, 12 salas albergan altísimas esculturas, ornamentadas joyas y frisos de vivos colores.

Varias de estas salas permitieron visitas reservadas durante un mes de “apertura parcial”. Pero la última y más esperada exposición que quedaba por inaugurar era la colección de Tutankamón.

Las galerías de Tutankamón, a las que se accede por un pasillo de jeroglíficos parpadeantes, ofrecen exposiciones basadas en la vida, la muerte y el esperado renacimiento del niño rey.

O los visitantes pueden empezar por una sala que expone la conmoción mundial en torno al descubrimiento por Carter de la tumba del “Rey Tut”. A partir de ahí, varios objetos –entre ellos un taburete de madera dorada con patas de animal talladas y un jarrón de piedra translúcida cincelada en forma de flor de loto– se colocan frente a pantallas en las que se desplazan imágenes granuladas de la excavación.

Varias piezas se exponen por primera vez, tras años de minuciosa restauración. Una de las más impresionantes es la armadura corporal de Tutankamón, hecha con pequeñas piezas de cuero sujetas que dan la apariencia de escamas de pez.

Las piezas más famosas de la colección pueden disfrutarse de nuevo en una nueva cámara gigante que ofrece más espacio para contemplarlas que su hogar original en el abarrotado Museo Egipcio de la belle epoque, en el centro de El Cairo. Las modernas salas de exposición del nuevo museo tienen techos altos y habitaciones oscurecidas con iluminación personalizada que ayuda a los visitantes a ver la complejidad de las cajas pintadas y las sandalias de cuentas del niño rey.

La máscara funeraria de Tutankamón, por supuesto, ocupa un lugar de honor, iluminada desde arriba.

Y para los interesados en los mitos y debates que rodearon la temprana desaparición del niño rey (algunos expertos dicen que fue un asesinato), hay incluso una sección que explora los efectos que la nueva tecnología forense y las pruebas genéticas han tenido en las teorías sobre su muerte.

Más allá de las galerías de Tutankamón, otras 11 salas rebosan de piezas.

Los historiadores egipcios dicen que lo que más les entusiasma de la disposición del Gran Museo Egipcio no son las imponentes estatuas ni las extravagantes joyas, sino las piezas que pintan una historia de la vida cotidiana de los antiguos egipcios.

Hay estatuas de fabricantes de cerveza y panaderos trabajando, y bustos que muestran los antiguos peinados de las mujeres, desde cortes pequeños hasta pelucas rizadas, peinadas para mostrar las orejas. Una figurita de arcilla de un hombre acariciando a su perro rinde homenaje al milenario vínculo humano-canino.

“Los objetos más significativos son los que nos conectan con la población que no era de la realeza, con la vida cotidiana”, dijo Hanna, la egiptóloga.

Para dar vida a la vida cotidiana egipcia, el museo incluye algunas exposiciones de alta tecnología. En el interior de la recreación de una tumba, por ejemplo, las proyecciones en pantalla a todo color de sus frisos originales, que representan escenas cotidianas, de repente entran en acción: los cazadores tensan sus arcos para disparar a las gacelas que saltan fuera de la pantalla; los campesinos se tambalean mientras balancean sobre sus hombros cestas muy cargadas.

Egipto confía en que el espectáculo del museo atraiga a montones de turistas y las tan necesarias divisas. El ministro de Turismo y Antigüedades, Sherif Fathy, dijo que esperaba que atrajera hasta cinco millones de visitantes al año, y los promotores inmobiliarios se están apresurando a construir unas 12.000 habitaciones de hotel para alojarlos.

Pero el museo también es una atracción para los 108 millones de egipcios.

El día de la inauguración se llenó de visitantes no solo de todo el mundo, sino también de todo el país. Hombres mayores con trajes tradicionales posaban para hacerse fotos delante de las vitrinas, mientras jóvenes egipcias fashionistas grababan videos de sí mismas junto a collares de colores brillantes.

Mai Mohammed, de 26 años, aspirante a influente en las redes sociales, que llevaba pendientes inspirados en el antiguo Egipto y delineado rasgado de ojos, dijo que había perdido la cuenta de las veces que había venido al Gran Museo Egipcio desde la inauguración. Aún quería venir el día de la inauguración.

“No solo por Tutankamón”, dijo. “Quería ver las reacciones de todo el mundo: estoy muy contenta de ver esto”.

Deleitar al público es solo uno de los objetivos del museo, dicen los responsables egipcios. Con nuevas instalaciones de restauración y una plantilla interna de unos 300 restauradores, también está reivindicando devolver a los egipcios el centro de gravedad de la egiptología, impulsada durante mucho tiempo por las universidades occidentales.

“Este campo se creó en Egipto, pero ha florecido en el mundo exterior”, dijo Ahmed Ghoneim, director ejecutivo del museo. “Queremos recuperarlo”.

Esta es la punta del iceberg para muchos historiadores egipcios, quienes han encabezado innumerables campañas para exigir la devolución de algunos de las piezas más famosas del antiguo Egipto. Entre los más solicitados se encuentran el busto de la reina Nefertiti, de 3300 años de antigüedad, en el Museo Nuevo de Berlín, la Piedra Rosetta en el Museo Británico y el Zodiaco de Dendera en el Louvre.

Aparte de los argumentos de que su traslado fue legal en virtud de las leyes de la época colonial, los activistas afirman que la otra justificación formulada contra la devolución de estos objetos era que los museos egipcios no tenían la capacidad necesaria para manejar objetos tan valiosos, con repetidos casos de daños o saqueos.

Ni siquiera el propio rey Tutankamón era inmune. En 2014, unos obreros que cambiaban las luces del antiguo Museo Egipcio que fue su hogar rompieron la barba de su máscara funeraria de oro y luego la volvieron a pegar torpemente con la esperanza de que no se detectara. (La máscara fue restaurada unos años más tarde).

Algunos egiptólogos dicen que estos argumentos ahora no tienen sustento.

No solo dicen que el Gran Museo Egipcio es un anfitrión adecuado, sino que cuestionan cualquier institución que afirme estar por encima de los problemas de daños o saqueos. En 2020, se rociaron con aerosol 70 objetos egipcios (incluidos sarcófagos) en la Isla de los Museos de Berlín, y los museos europeos se han visto afectados por una serie de robos en los últimos años, incluido el robo el mes pasado de joyas de la corona francesa en el Louvre.

“No me hablen de protección, por favor”, dijo Bassam El Shamaa, conocido egiptólogo de El Cairo. “¡Hola! Necesitamos que nos devuelvan nuestras cosas, sobre todo las del Louvre”.

Muchos egipcios afirman que los argumentos legales desafían el sentido moderno de la ética y la reparación histórica.

“Me parece mal que tengamos que viajar a otro país para ver nuestro propio patrimonio”, dijo Mohammed, la influente. “Son nuestros, son nuestra identidad”.

Los funcionarios egipcios se mantienen más cautos.

En una entrevista, el secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto, Mohamed Ismail Khaled, rehuyó a los argumentos éticos y subrayó las complejidades legales de solicitar devoluciones.

No obstante, dijo, Egipto espera persuadir a los museos europeos para que envíen objetos emblemáticos como Nefertiti al Gran Museo Egipcio, al menos para exposiciones temporales.

“Nos gustaría que vinieran a visitarnos, solo por un tiempo”, dijo. “Para que los egipcios tengan derecho a ver a sus antepasados”.

Rania Khaled es reportera e investigadora del Times radicada en El Cairo.

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