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El día que una erupción volcánica casi hace desaparecer a uno de los pueblos más paradisíacos de Oceanía

La historia de una ciudad que resurgió entre cenizas y tragedias, enfrentando la amenaza constante de un volcán dormido bajo sus cimientos y la resiliencia de sus habitantes tras la devastación

La ciudad de Rabaul quedóLa ciudad de Rabaul quedó dividida tras la erupción volcánica de 1994, evidenciando la fuerza implacable de la naturaleza (ABC Science)

Rabaul, situada en la isla de Papúa Nueva Guinea, fue conocida durante décadas como la “perla del Pacífico”. Sin embargo, bajo sus tranquilas aguas y su aparente prosperidad, siempre existió una amenaza silenciosa. La historia del pueblo, marcada por dos devastadoras erupciones volcánicas en menos de 60 años, revela la lucha de una comunidad frente a una fuerza natural capaz de aniquilarlo todo en cuestión de horas.

La fundación de Rabaul enLa fundación de Rabaul en 1910 estuvo directamente ligada a la ubicación estratégica de Simpson Harbour (ABC Science)

Un paraíso fundado sobre fuego

La fundación de Rabaul en 1910 estuvo directamente ligada a la ubicación estratégica de Simpson Harbour, un profundo puerto natural que atrajo a comerciantes y administradores coloniales. Pronto, la ciudad se convirtió en un punto vital del Pacífico Sur, famosa por su puerto y sus prósperos negocios.

Pero, como advirtió un científico alemán poco después del establecimiento de la ciudad, debajo de Rabaul dormía una amenaza impredecible. “Es posible que la fuerza volcánica permanezca inactiva durante décadas o incluso siglos. Pero también es posible que se active de nuevo en cualquier momento; nada podría ser más impredecible”, señaló el experto.

Rabaul se asentó sobre el borde de una caldera colapsada y anegada por el mar, vestigio de una erupción prehistórica de magnitud colosal. Las montañas que rodean el puerto, como Tavurvur y Vulcan, no son simples colinas, sino los sub-ventiles de una gigantesca cámara magmática apenas sepultada bajo la ciudad.

En 1937, la advertencia se hizo realidad: Tavurvur y Vulcan entraron en erupción, causando la muerte de más de quinientas personas y destruyendo gran parte de la urbe. Rabaul fue reconstruida y floreció como centro económico, pero nadie olvidó las cicatrices del desastre.

Las ruinas de antiguos edificiosLas ruinas de antiguos edificios en Rabaul recuerdan la magnitud de la catástrofe y la resiliencia local (ABC Science)

El día en que el cielo se volvió ceniza

Casi medio siglo después de la tragedia, el destino volvió a poner a prueba a Rabaul. El 18 de septiembre de 1994, la ciudad de más de 17.000 habitantes vivía su rutina habitual. No había señales evidentes de amenaza, solo la inquietud de algunos temblores.

Albert Koni, entonces un joven aprendiz de carnicero, recuerda esa calma engañosa: “Podíamos sentir que algo estaba justo debajo de la superficie, subiendo”, explicó a ABC. Las aves enmudecieron, los temblores sacudieron palmas y arrastraron algas desde el fondo del puerto. Incertidumbre y miedo empezaron a crecer.

Los ancianos que recordaban 1937 sugirieron evacuar. El foco de esperanza era el Observatorio Vulcanológico de Rabaul (RVO, por sus siglas en inglés), fundado tras la catástrofe anterior. Ima Itikarai, actual subdirector del RVO, relató: “Los datos mostraban que iba a haber una erupción en algún momento, pero entre 1985 y 1994 no ocurrió nada y la gente se volvió complaciente”.

Cuando, en la noche del 18, los sismógrafos trazaron líneas frenéticas y el teléfono del observatorio no dejó de sonar, los científicos concluyeron que la erupción era inminente. A las 6:06 de la mañana del 19 de septiembre, Tavurvur explotó, seguida poco después por Vulcan.

“De repente, una enorme nube como una bomba nuclear se levantó”, relató Koni. Lo que siguió fue una sucesión de eventos que marcarían para siempre la memoria colectiva: un violento flujo de piroclastos descendió a velocidades vertiginosas, bloques de lava cayeron al puerto, y una densa nube gris ocultó el sol. La lluvia convirtió la ceniza en lodo, provocando el colapso de techos y sepultando casas. El observatorio luchó por seguir recopilando datos mientras sus propios científicos se turnaban para quitar ceniza del tejado y evitar la ruina total.

En solo cinco días, lo que alguna vez fue un bullicioso centro regional quedó reducido a ruinas y desolación: cuatro de cada cinco edificios se desplomaron o quedaron enterrados bajo metros de cenizas. Gracias a la evacuación, el número de fallecidos fue bajo. Aun así, la mayoría de las familias abandonó la ciudad para siempre.

Las cenizas y el lodoLas cenizas y el lodo sepultaron gran parte de la infraestructura de la ciudad tras la erupción (ABC Science)

De ciudad próspera a espectro dividido

Tras el desastre, el gobierno de Papúa Nueva Guinea optó por no reconstruir Rabaul en las zonas de mayor peligro: los restos fueron arrasados y los residentes trasladados. Simon Harbour, antiguo corazón económico, se transformó en una zona prohibida. Solo la parte más alejada de los volcanes fue repoblada con el paso de los años.

El recuerdo del desastre persiste en el paisaje y en las estrictas reglas urbanísticas que hoy rigen la región. Como explicó Koni, “Hoy diría que Rabaul tiene una población esqueleto”. Algunos han regresado a lo que consideran tierras ancestrales, aunque estas áreas están marcadas como no aptas para desarrollo.

La vida cotidiana se rearma con dificultad en esta dualidad: una mitad del antiguo pueblo es un campo yermo, mientras la otra muestra signos de actividad y esperanza. El turismo ha florecido sobre la tragedia, con cruceros que aprovechan las aguas profundas del puerto y visitantes que recorren las ruinas, guiados en ocasiones por el propio Koni, quien ahora lleva el apodo de “Sir Bertie, Lord of Many Volcanoes”.

El RVO sigue en su puesto, equipado con tecnología moderna que, pese a sus avances, reconoce sus limitaciones. “Las probabilidades de una erupción como la del 1994 ocurran de nuevo en Rabaul son del cien por ciento”, advirtió Itikarai. “Pero el problema es predecir cuándo”.

La memoria de la tragedia vive no solo en sus ruinas, sino en la vigilancia constante y precaria que los científicos mantienen sobre los 20 volcanes activos de Papúa Nueva Guinea. Sin embargo, los recursos alcanzan para cubrir solo cinco de ellos. El techo del observatorio se ha venido abajo, corroído por ácidos de la ceniza, y los recortes amenazan su operatividad: “A veces nuestra financiación tampoco es buena”, lamentó Itikarai.

El volcán Tavurvur permanece activoEl volcán Tavurvur permanece activo como una amenaza constante sobre la región de Simpson Harbour (ABC Science)

Un futuro bajo la sombra de la incertidumbre

El verdadero peligro bajo Rabaul no son solo Tavurvur o Vulcan, sino el enorme volcán sumergido bajo Simpson Harbour. Cada varios miles de años, este monstruo despierta, liberando una energía capaz de igualar a erupciones colosales como la del Krakatoa en 1883. Estudios sugieren que la última gran explosión tuvo lugar hace unos 1.400 años, aunque los expertos advierten que “no se puede depender de un calendario fijo” para este tipo de catástrofes.

La historia, a fin de cuentas, es la de un pueblo forjado en la belleza y el peligro, obligado a reconstruirse —física y anímicamente— tras cada golpe de la naturaleza. Muchos de quienes volvieron lo hicieron por un sentido profundo de pertenencia y respeto a lo perdido. “Rabaul era el paraíso en la Tierra. Era un lugar así”, sentenció Koni, resignado pero orgulloso. La erupción de 1994 destruyó la ciudad de su infancia, pero le dio la vocación de contar su historia como guía, portador de la memoria viva y de la advertencia para las futuras generaciones.

La dualidad de Rabaul —entre la vida y la destrucción, la belleza y el peligro— sigue latente. Sus habitantes saben que el monstruo bajo sus pies nunca duerme del todo, y que vivir aquí es, siempre, un acto de fe y de resistencia.

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