María Alexandra Gómez, esposa del gendarme Nahuel Gallo, habló por primera vez desde que salió de Venezuela junto a su hijo, Víctor Benjamín (de dos años), en un operativo secreto coordinado por el Ministerio de Seguridad.
A casi siete meses de la detención, María Alexandra dice que toda la información que consiguió sobre su marido es “extraoficial”. De acuerdo con el testimonio de un preso político que fue liberado, Nahuel Gallo estaría en El Rodeo, una de las peores cárceles del país. Pero el gobierno de Nicolás Maduro se niega a confirmarlo.
En diálogo con Telenoche, la esposa del gendarme asegura que no descansará hasta que sea liberado.
—¿Cómo fue este proceso de búsqueda de Nahuel, en medio del vacío de información total?
—Yo no paré nunca. Todo lo yo sé de Nahuel, lo sé extraoficialmente porque una persona que fue liberada de El Rodeo, me dijo: “Sí, (a Nahuel) lo conocí hace cuatro meses. Estuvimos en el mismo pasillo, me lo encontraba en el patio”. Es lo único que sé extraoficialmente, pero por parte del gobierno (venezolano), nunca.

—Fuiste a la cárcel donde te dijeron que estaba. ¿Qué pasaba ahí?
—Estaban uniformados, todos encapuchados, con máscaras, con unos lentes, con armas largas, todos vestidos de negro. Me pedían mi identificación, yo les mostraba (y les decía): “Soy la pareja de Nahuel Agustín Gallo, ciudadano argentino. Fue detenido el 8 de diciembre, sé que él está aquí”. Y me preguntaban: “¿Pero cómo sabes que está? ¿Por qué preguntas?“. Y yo les decía: ”Porque el fiscal general (Tarek William Saab) me lo dijo”. “Espere un momento, que vamos a buscar información”. Me plantaban una hora. Después salían y me decían: “No está. Que pase buen día”. Así pasé tres meses.
—¿Le hablás a tu hijo de Nahuel?
—Lo que más puedo hacer es mostrarle fotos de Nahuel, mostrarle videos para que escuche su voz. Y obviamente, extraña a su papá. Cada vez que ve una foto, lo reconoce. Dice: “Papá”.
—Vos sos víctima, al igual que Nahuel. Pero sentís cierta culpa. ¿Por qué?
—Hace poco más de un año, me entró una extrañadera por Venezuela. Y Nahuel me dice: “Vamos a hacer algo. Yo voy a hacer que vayas”. Para mí, pisar Venezuela después de seis años fue lo máximo. Nahuel estaba muy feliz por nosotros, y quería ir. Decía: “Cuando yo esté ahí, con el bebé”. Y yo le decía: “Quiero que vengas”. Y creo que ese “quiero que vengas” se le metió tanto en la cabeza que me sentí responsable de lo que le pasó.

—¿Hablaste con Nahuel antes de que sea detenido?
—A las 10:57 de la mañana, nunca se me olvida, recibo esa llamada de Nahuel: que lo ayudara. Y se me vino la vida, el mundo encima. Se me vino lo peor. “¿Pero quién te está llevando?” (le pregunté). Y hasta ahí: no escuché nada más. Me colgó. Me llama del número del remisero (que lo había llevado desde Colombia). Yo devuelvo la llamada, y el remisero, que es colombiano, me dice: “Señora, pierda cuidado, pero a su marido se lo está llevando una camioneta negra con el rotulado de la DGCIM (Dirección General de Contrainteligencia Militar). No sé qué hacer, no sé cómo ayudarla. Pero me mandaron a irme”. Esa fue la última vez que yo escuché a Nahuel, y fue pidiéndome ayuda. Y eso es lo que me tortura a mí, todos los días.
—Si pudieras mandarle un mensaje a Nahuel con la certeza de que lo va a escuchar, ¿qué le dirías?
—Que no he dejado de buscarlo, ni un segundo. No te he dejado de querer. Todos los días le hablo a tu hijo de ti. Todos los días sueño contigo: que me llamas, que te liberaron. Ese es el sueño más nítido que tengo.
