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Brindis, deudas y silencios, el lado oculto de las Fiestas para quienes luchan con adicciones

Mientras muchos celebran, otros atraviesan uno de los momentos más frágiles del año. Esta época puede reactivar consumos, apuestas y recaídas en personas en tratamiento.

Las Fiestas de Fin de Año suelen asociarse con mesas largas, brindis repetidos y una promesa de alegría compartida. Pero esa postal no es universal. Para muchas personas, diciembre no es sinónimo de celebración sino de riesgorecaída y soledad. En un contexto de crisis económica, endeudamiento y vínculos tensos, las adicciones encuentran un terreno especialmente fértil.

Alcohol, juego compulsivo y consumo problemático no aparecen de la nada. Se activan en escenarios donde las emociones se intensifican, las rutinas se rompen y el acceso al placer inmediato se vuelve constante. En ese cruce, las fiestas funcionan muchas veces como detonante.

Las fiestas como disparador emocional

“No hay un momento exacto en el que la enfermedad se dispare”, explica la licenciada Luciana Giordano, terapeuta (M.N. 51.670) y operadora socioterapéutica en adicciones. “Pero puede haber situaciones puntuales en las que la persona se siente sola, apremiada o atravesada por un contexto económico difícil. En esos momentos, la enfermedad puede activarse”.

La especialista aclara que no toda persona que bebe o apuesta durante las fiestas tiene una adicción. La diferencia está en una característica central: la imposibilidad de parar. “Una persona puede jugar de forma recreativa. El adicto no. Una vez que empieza, no puede detenerse”, señala.

Según Giordano, la adicción es una enfermedad atravesada por el autoengaño. El ludópata, por ejemplo, siempre cree que va a ganar, incluso cuando está perdiendo. Ese pensamiento no es ingenuo: responde a un mecanismo cerebral muy concreto.

Qué pasa en el cerebro del adicto

La adicción tiene un fuerte componente neurobiológico. Al consumir —ya sea una sustancia o una conducta como el juego— el cerebro libera dopamina, un neurotransmisor clave en la motivación, el placer, el aprendizaje y la memoria. “Se la conoce como la molécula de la felicidad porque genera placer inmediato”, explica Giordano.

El problema aparece cuando ese sistema de recompensa se hiperactiva. “El exceso de dopamina produce un desbalance con otros neurotransmisores. Muchas veces hay déficit de serotonina, que es fundamental para el equilibrio emocional”, detalla. Ese desequilibrio afecta el estado de ánimo, la atención y el control de impulsos.

Las fiestas pueden intensificar emociones y romper rutinas clave para la recuperación. (Foto: Adobe Stock)
Las fiestas pueden intensificar emociones y romper rutinas clave para la recuperación. (Foto: Adobe Stock)

Además, cuando una persona con adicción vuelve a consumir, se reactiva una zona de la memoria llamada memoria recalcitrante crónica. “Es como una llamita que estaba casi apagada. Cuando el adicto consume, esa llama se enciende y la red neuronal vuelve a activarse. Ahí se explica por qué no puede parar”, señala.

Este mecanismo hace que las recaídas no sean un “fracaso moral”, sino parte de un trastorno complejo que requiere tratamiento integral y sostenido.

Ludopatía, deudas y riesgo vital

En los últimos años, la ludopatía creció de manera alarmante, especialmente entre jóvenes y adolescentes. El acceso fácil a apuestas online, disponibles las 24 horas y muchas veces sin regulación efectiva, acelera el desarrollo de la adicción. “Es un trastorno creciente, sobre todo en población joven. En la Argentina, se habla de que cerca del 10% de la población tiene problemas con el juego online”, advierte Giordano.

Las consecuencias no son solo económicas. Endeudamiento, conflictos familiares, robos, aislamiento social y deterioro de la salud mental forman parte del cuadro. En muchos casos, el sufrimiento se profundiza durante las fiestas, cuando el contraste entre la expectativa social de alegría y la realidad personal se vuelve más cruel.

La dopamina explica el placer inmediato, pero también la dificultad para detenerse. (Foto: Adobe Stock)
La dopamina explica el placer inmediato, pero también la dificultad para detenerse. (Foto: Adobe Stock)

Sobre este punto, Liliana Augusto, técnica universitaria en Prevención y Asistencia de las Adicciones, suicidóloga y presidenta de la Red Mundial de Salud Mental y Suicidio, advierte que estas fechas pueden convertirse en una verdadera trampa. La combinación de tiempo libre, alcohol, emociones intensas, presión social y acceso permanente a plataformas de apuestas crea un escenario de alto riesgo.

Augusto subraya que la ludopatía no es un vicio ni una falta de voluntad, sino una enfermedad reconocida, que puede derivar en depresión severa y conductas suicidas. El endeudamiento extremo y la sensación de haberlo perdido todo suelen aparecer como factores críticos.

Las recaídas y el rol de la familia

En las fiestas, muchas familias intentan “controlar” al adicto: esconden botellas, vigilan el dinero o bloquean accesos. Sin embargo, Giordano es clara: “El familiar no puede hacer nada para evitar la recaída. De hecho, controlar o encubrir fortalece la enfermedad”.

Lo que sí puede hacer la familia es actuar en consecuencia y dejar de sostener situaciones que dañan a todos. “La recuperación implica que el adicto enfrente las consecuencias de sus actos. Y la familia también necesita tratamiento”, señala.

La especialista remarca la importancia de los dispositivos de recuperación, como Jugadores Anónimos, Alcohólicos Anónimos, Narcóticos Anónimos y los grupos para familiares como Al-Anon y Nar-Anon. “La adicción es una enfermedad familiar. Todos son afectados y todos necesitan aprender nuevas conductas”, afirma.

Durante las fiestas, el riesgo existe. Pero también existe la posibilidad de acompañar desde otro lugar: sin negar el problema, sin romantizar el consumo y sin reducirlo a una “excepción navideña”.

Las fiestas no son iguales para todos. Para algunos, diciembre es alegría. Para otros, es resistencia. Entender que detrás de una recaída hay un cerebro alterado, un contexto hostil y un dolor profundo no justifica el daño, pero sí abre la puerta a una conversación más honesta y urgente sobre salud mental, adicciones y cuidado real.

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