Testimonios y especialistas analizan cómo afectan estos vínculos el clima laboral, la intimidad y la estabilidad emocional de quienes los atraviesan.
En la actualidad, el lugar de trabajo suele convertirse en una ventana para conocer gente. En un espacio laboral compartido no solo se genera sincronía horaria, sino que también aparece un punto en común.
Las relaciones laborales no son ilegales, pero dependerá de cada empleador cuál será su postura al respecto. Es relativo, porque no todos los vínculos son iguales. Esta situación puede alterar el clima laboral o afectar el rendimiento de quienes la atraviesan.
Según el artículo 47 de la Ley Federal del Trabajo (LFT), mantener una relación romántica con un colega no constituye una causa válida para un despido justificado. Sin embargo, un vínculo sentimental podría incidir en el desempeño de la persona trabajadora e incluso generar tensiones dentro del ambiente laboral.
Lógicamente, si se incumplen los objetivos señalados en el contrato como mínimos —siempre que se trate de una disminución relevante, continuada y voluntaria— podría existir una causal de sanción o despido. Pero esto no está relacionado con la relación afectiva en sí, sino con el rendimiento laboral.
Tampoco es obligatorio comunicarlo al empleador: el estado civil pertenece al ámbito privado y revelarlo podría vulnerar el derecho a la intimidad de los trabajadores.

No obstante, algunas empresas, a través de códigos internos, exigen que la persona trabajadora informe si mantiene algún vínculo sentimental con colegas, clientes o potenciales clientes, con el fin de garantizar el principio de confianza recíproca.
Incluso existen lugares donde se imponen protocolos que prohíben las relaciones sentimentales entre compañeros o con clientes. En esos casos, se solicita la firma de un contrato previo para formalizar la prohibición. Este tipo de cláusulas pueden considerarse nulas en tribunales, al no existir una regulación específica.
Tampoco existe una norma que impida los romances entre superiores y subordinados, aunque queda en manos de la ética de cada empresa y de las condiciones acordadas antes de firmar el contrato.
Dejando de lado el aspecto legal, queda la pregunta de si las relaciones laborales resultan desgastantes y si es posible sostenerlas sin afectar el vínculo. Estas tres historias ofrecen un panorama de lo que podría ocurrir.
Relacionarse con el jefe
Patricia trabajaba en el Ministerio de Desarrollo, atravesaba una separación y se encontraba en un momento vulnerable. Su jefe conocía la situación y se acercó para brindarle contención. Fue entonces cuando comenzaron una relación secreta.
“Nunca supieron nada en mi trabajo; se enteraron cuando ya habíamos terminado. En las empresas privadas no tiene nada de malo, pero en el ámbito estatal público es distinto. Yo tenía mucho miedo de que me cambiaran de proyecto o perder el trabajo”, sostiene.
La relación solo duró cuatro meses, pero durante ese tiempo sintió el peso de su propio juicio: el temor a los prejuicios de sus compañeros, no solo por su continuidad laboral, sino por lo que podían pensar. “Actualmente, decidí no involucrarme con nadie del trabajo. Ya lo viví y no quiero repetirlo. Creo que depende del lugar donde trabajes y de tus propios miedos para sentirte seguro con ese tipo de vínculo” asegura.
“Cuando llegaba el viernes nos extrañábamos en silencio”

Para Juan, cuando algo tiene que suceder, simplemente permite que fluya. Por eso nunca tuvo prejuicios sobre los vínculos dentro del trabajo.
“Trabajábamos todos los días juntos y nos dimos cuenta de que teníamos muchas cosas en común. Cuando llegaba el viernes, nos separábamos y nos extrañábamos en silencio. Ambos disfrutábamos cuando nos ponían en el mismo turno”, recuerda.
La relación no solo se hizo pública en el ámbito laboral, sino también en su vida cotidiana. Se mudaron juntos, se casaron y tuvieron una hija que hoy tiene 10 años. Sin embargo, se separaron hace tres años, pero la convivencia dentro y fuera del trabajo no fue la causa.
Sobre aquellos días finales recuerda: “La rutina, las dificultades económicas y la maternidad/paternidad nos fueron alejando de lo que supimos ser. El final no estuvo a la altura de la bella historia que tuvimos”.
“Nos separamos cuando cambiamos de trabajo”
Se conocieron en la facultad mientras estudiaban psicología. Ella lo había visto antes en el tren: ambos eran de la misma zona. En la universidad se saludaban, pero no compartían mucho más.
“Yo trabajaba en un centro terapéutico y era la encargada de recibir a los pasantes. Ahí fue que lo vi entrar y lo reconocí. Después de que surgió el amor, a él le tocó quedarse trabajando ahí”, cuenta.
Laura iba a la facultad con su novio, luego al trabajo, y más tarde regresaban juntos a la casa que compartían. Estaban 24/7 juntos y eso los unía mucho.

Ella tenía prejuicios sobre las relaciones laborales, no solo por el qué dirán, sino por las consecuencias dentro del trabajo. De todos modos, su jefe no les puso obstáculos: “Cuando le contamos, dijo: ‘Mientras no me generen problemas en el trabajo, no tengo problema’”.
A diferencia de lo que suele pensarse, mientras más horas compartían, mejor se llevaban: “Esto tenía que ver con el control. Los dos sabíamos qué hacía el otro, quiénes eran sus vínculos, compartíamos amigos. Eso nos daba seguridad”.
La dinámica cambió cuando se recibieron y consiguieron otros trabajos: el control desapareció. “Era una persona bastante narcisista y manipuladora —siendo psicólogo—. Terminamos separándonos por cuestiones de pareja, como la falta de sexo, pero creo que el cambio de trabajo también influyó”.
Qué dicen los especialistas
La cotidianeidad por sí misma no atenta contra el deseo, pero cuanto más rutina se comparte, más chances hay de caer en el automático.
“El error está en pensar que, porque veo a la otra persona todo el tiempo y sé lo que está haciendo, sé cómo se siente o qué le pasa. Esto puede afectar la comunicación y la intimidad del vínculo”, indicó la psicóloga Ximena Aldebalde (MN 62706 / @psico.con.x).
Por eso es importante dialogar, llegar a acuerdos que alivianen la interacción constante, proteger la relación afectiva y buscar estrategias para mantener la “chispa” activa.
Verse todos los días también puede perjudicar, porque extrañarse o sentir la falta del otro puede traer alivio y renovar el deseo del reencuentro.
“En todo tipo de vínculos es necesario tener momentos de individualidad para volver al eje. Es saludable poder retirarse de la dinámica vincular para revisar desde otra perspectiva cómo se está sintiendo cada uno, qué necesita y cómo desea continuar con esa relación”, concluyó la especialista.













































