La activista compartió cómo enfrenta las amenazas talibanes mientras mantiene su labor por la educación de las niñas, su compromiso con el activismo femenino y la construcción de su vida personal junto a su esposo

A los 28 años, Malala Yousafzai, referente global del activismo por la educación de las niñas y sobreviviente de un ataque talibán en Pakistán, decidió revelar aspectos personales que hasta ahora se mantenían reservados.
En una entrevista con The Times, la Premio Nobel de la Paz describió cómo el trauma, la búsqueda de identidad y el amor moldearon su vida, desde el atentado que casi terminó con su existencia hasta su papel actual como líder social y mujer casada.
La historia de Malala inició a los 15 años, cuando su defensa pública del derecho de las niñas a la educación la convirtió en objetivo de un escuadrón talibán. El ataque, que dejó su vida en peligro y requirió una reconstrucción craneal compleja en Birmingham, proyectó su figura a la escena internacional y la confrontó con profundas secuelas físicas y emocionales.

Superada la fase inicial de recuperación, se convirtió en la persona más joven en recibir el Premio Nobel de la Paz, a los 17 años. La presión inherente a ese reconocimiento, sumada a la mitificación de su imagen pública, la acompañó durante su ingreso a la Universidad de Oxford en 2017.
En ese entorno, donde dejaron de ver en ella a una heroína inquebrantable, atravesó una crisis de salud mental. “Sentía que mi vida transitaba un cambio drástico, como si estuviera envejeciendo. Ahora agradezco esa transición, porque no es vida permanecer igual”, reflexionó en la entrevista con el medio británico.
Libertad, rebeldía y la universidad como refugio
Oxford significó para Malala un periodo de libertad y autodescubrimiento, pero también de rebeldía y exposición a la vulnerabilidad. Exploró amistades inéditas, desafió normas culturales y antepuso la vida social sobre las obligaciones académicas.
“Quería probarlo todo, porque en mi mente, estos tres años representaban un respiro de la vida que se esperaba que viviera”, relató. Sin embargo, la exigencia académica y la responsabilidad económica hacia su familia desplazada en el Reino Unido añadieron presión adicional.

Uno de los episodios más significativos fue el denominado “incidente del bong”, cuando una noche con amigas y el consumo de marihuana provocaron un intenso flashback del atentado talibán.
El episodio desató una crisis de ansiedad y ataques de pánico, obligando a Malala a enfrentar el trauma que intentaba silenciar. “No fue solo un ataque de pánico. No fue solo revivir los flashbacks del ataque talibán. Sentí que mi vida se estaba desviando completamente”, explicó.
Amor, sanación y los desafíos familiares
La relación con Asser Malik, surgida de una amistad y transformada en un noviazgo secreto, representó para Malala un desafío personal y cultural. “Nunca había considerado el ‘amor’ ni enamorarme como parte de mí, así que experimentar eso me hizo sentir vulnerable”, admite.
Las expectativas familiares y los códigos pastunes (Pashtunwali) vinculadas al matrimonio generaron tensión: “Cualquier conversación que tuvieras con un hombre antes del matrimonio debía ser supervisada por los padres. Esas eran las reglas pastunes y yo ya las había quebrantado todas”, recordó.

El proceso de sanación incluyó el acompañamiento profesional. En un momento de especial dificultad, su amiga María, del Fondo Malala, la animó a iniciar terapia, donde recibió diagnóstico de trastorno de estrés postraumático (TEPT). “Me sentía indefensa, vulnerable, débil, frágil y, en cierto modo, una cobarde”, reconoció.
La terapia semanal le permitió comprender que la valentía no reside solo en la resistencia física, sino en levantarse cuando uno se siente destrozado. “Levantarse cuando te sientes frágil puede ser la verdadera definición de valentía”, afirmó.
Entre amenazas, activismo y nuevos comienzos
En estos días, Malala acaba de regresar de Nigeria, donde se reunió con chicas jóvenes, mientras su padre permanece allí. En las siguientes semanas comenzará una gira de presentación de su libro en Estados Unidos y Europa.
Sin embargo, el poder de los talibanes sigue representando una amenaza real para su vida cotidiana. “Siempre he sentido que podrían atacarme en cualquier momento. Ya no siento que ningún lugar sea seguro”, advirtió.

La pandemia de COVID-19 interrumpió su último año en Oxford y la obligó a regresar al hogar familiar para replantear su futuro. La retirada de tropas estadounidenses de Afganistán y el regreso de los talibanes al poder en 2021 afianzaron su compromiso con el activismo femenino.
“Se le llama apartheid de género porque va más allá de la discriminación y la persecución de género”, denunció Malala, quien colaboró con activistas afganas y, mediante su propio fondo, contribuyó a evacuar a 263 personas de Afganistán. La escasa reacción de los líderes mundiales frente a la crisis la decepcionó profundamente.
En el ámbito personal, Malala y Malik formalizaron su relación en noviembre de 2021, en una ceremonia privada en el jardín de sus padres. Malik renunció a su puesto en la Junta de Críquet de Pakistán para mudarse al Reino Unido y se transformó en un apoyo clave en la vida de la activista.

“Me siento cómoda con mi esposo, puedo expresar lo que siento. Él me ha dado el espacio seguro donde puedo desahogarme”, afirmó a The Times. Juntos lanzaron Recess, una plataforma para fomentar la inversión en el deporte femenino.
A pesar de sus logros, Malala señaló que la amenaza talibán persiste y la obliga a vivir con precaución. Aprendió a encontrar su hogar en la compañía de quienes ama. “Ahora siento que estoy en todas partes y que defino mi hogar junto a las personas que amo”, concluyó en diálogo con The Times.
A lo largo de su trayectoria, aprendió a convivir con la incertidumbre y el peligro, manteniéndose siempre alerta y tomando las precauciones necesarias. Su historia, impulsada por la resiliencia y un profundo sentido de propósito, sigue inspirando a quienes defienden la educación y los derechos de las mujeres en todo el mundo
