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Opinión: el dilema de los organismos internacionales y los desafíos que enfrentan en un mundo en transformación

La inteligencia artificial, la revolución digital y el boom de las apps obligan un replanteo profundo del futuro de la humanidad, en donde las instituciones tradicionales pierden lugar frente a la complejidad creciente que vivimos

Asamblea General de la ONU,Asamblea General de la ONU, órgano deliberativo, normativo y representativo que incluye a los 193 Estados miembros de la organización (Fotos: archivo DEF)

Ya recorrido gran parte de 2025 y completado el primer cuarto de un siglo que se augura único, revulsivo e imprevisible, todos intentamos encontrar respuestas que se dificultan en cualquier prospectiva, en cualquier idea de largo plazo o variable estratégica debido a la velocidad inédita de los cambios tecnológicos, las múltiples variaciones geopolíticas y el crecimiento exponencial del conocimiento.

Vivimos en un mundo en plena transformación, cuyas mutaciones –muchas absolutamente disruptivas– no nos permiten asimilar una, que ya hay otra que asoma y pide respuestas que tendrán influencia inmediata y profunda en, quizás, la próxima década. La inteligencia artificial, la revolución digital y el boom de las apps, entre otras docenas de adelantos que eran desconocidos o apenas incipientes en el siglo XX, obligan a un replanteo profundo del futuro de la humanidad, fundamentalmente, de cómo será la gobernanza de un mundo cada vez más cercano, instantáneo e interdependiente.

Si aceptamos como ciertos estos vertiginosos cambios y también comprendemos que los enfrentamos con estructuras que ignoran básicamente lo ocurrido en este cuarto de siglo y tienen el formato, la organización y el sistema de toma de decisiones que pertenecen en lo básico a la década del 50 y 60 del siglo pasado, entenderemos cuál es el grave dilema a resolver. De hecho, hay algunos interrogantes que directamente no tienen respuestas. Por ejemplo, los organismos internacionales o intergubernamentales, que existen desde hace muchos años, enfrentan cuestionamientos que llegan, incluso, hasta el planteamiento de la razón misma de su existencia.

Los organismos internacionales o intergubernamentales,Los organismos internacionales o intergubernamentales, enfrentan fuertes cuestionamientos

Para tomar dimensión de esto, es tan sencillo como preguntarse, aun en lugares de cierta condición intelectual: ¿quién es el presidente de la Organización Mundial del Trabajo? ¿Y del Banco Mundial? ¿Y de la Organización Mundial de la Salud? Es más, pregunten cuántas personas ubican al secretario General de la ONU, institución clave surgida al final de la Segunda Guerra Mundial y en los siguientes años de reordenamiento y reconstrucción. ¿Quién ubica a António Guterres, que desde enero del 2017 preside el organismo y es clave y determinante en cuestiones fundamentales para los 193 Estados miembros? Impresiona, ¿no?

Sin embargo, pocos desconocen a Bill Gates (Microsoft), Steve Jobs (Apple), Mark Zuckerberg (Facebook) o Jeff Bezos (Amazon). La respuesta inmediata a esta incógnita parecería ser que el poder real y la influencia de estos actores globales superan ampliamente a estos organismos que, cada vez más, representan la burocracia y la creencia generalizada de que no aportan soluciones a los nuevos y complejos problemas que nos aquejan.

Alcanza solo con observar cómo se intenta resolver el grave conflicto entre Rusia y Ucrania, y el protagonismo de referato mundial del presidente de EE. UU. y las respuestas de Putin, Zelensky y los mandatarios europeos para entender que el papel de la ONU es menor, si no innecesario. También, que en la resolución de conflictos en los que no hay grandes intereses económicos su actuación raya en el fracaso, como muestra lo que ocurre en África, dramáticamente lejos de la mirada y de la acción de las organizaciones responsables. Lo atestiguan los desastres en Sudán, la guerra en el Congo (RDC), Somalia, Mali y la crisis de Etiopía. Son millones las personas asesinadas, violadas o muertas por hambrunas incontrolables, mientras miramos apenas de costado la tragedia que pareciera inevitable.

António Guterres, secretario general deAntónio Guterres, secretario general de la ONU desde enero del 2017

Y no es solo la ONU y sus fracasos en la prevención de conflictos armados. Puede sumarse la exigua respuesta a la crisis de los refugiados, que también ha recibido críticas de todos los sectores por su pobre papel de mediador en la agenda ambiental y en el desarrollo sostenible. Las políticas encontradas de los principales países miembros dejaron escasos resultados en la cumbre de Copenhague (2009) y en los intentos sucesivos al reducir la emisión de gases de efecto invernadero. Tampoco, se obtuvieron respuestas certeras para enfrentar la desigualdad, el hambre y la pobreza, excepto lo que viene sucediendo: depender exclusivamente de la voluntad, muchas veces escasa o inexistente, de las naciones más desarrolladas. Problemas múltiples y siempre relacionados con causas iguales o parecidas, que también involucran a otros importantes organismos de esta supuesta gobernanza mundial.

La Organización Mundial de la Salud (OMS), responsable primaria de la gestión de crisis en epidemias y pandemias, puso en evidencia sus falencias en la reciente situación global impuesta por el COVID-19. El alerta tardío de la pandemia y el bajo liderazgo para la gestión, sumado a las batallas de las vacunas con sus intereses económicos internacionales y al manejo de entregas privilegiadas según la influencia de los países miembros, demostró la incapacidad de adoptar medidas excepcionales de salud pública y abrió un interrogante para futuras crisis, que nadie duda que se presentarán más pronto de lo deseado.

Donald Trump junto a MarkDonald Trump junto a Mark Zuckerberg y Bill Gates, en una cena en Casa Blanca convocada por el líder republicano con CEO’s de las empresas tecnológicas más importantes del mundo

Para dar otro ejemplo: la Organización Mundial de Comercio (OMC), que funciona hace treinta años, no ha logrado cumplir de manera útil su misión principal: combatir el proteccionismo y la desigualdad económica. Una vez más, la falta de compromiso serio y no declarativo de los países más desarrollados, ha estancado el acuerdo sobre la Ronda de DOHA, que desde 2001 intenta evitar los graves perjuicios que sufren las economías más vulnerables en el actual sistema económico mundial. Podríamos seguir revisando otras instituciones, pero todas tienen el común denominador de ser necesarias, incluso imprescindibles, aunque sus resultados son escasos, insuficientes y muchas veces reemplazados por la voluntad de actores con mucho mayor poder político y económico.

Cierto es que el mundo enfrenta una convergencia de problemas sin igual, tanto por la variedad como por la velocidad con que nos sorprenden. Esto lleva a infinitas preguntas sin respuestas: ¿ha fracasado el sistema multilateral actual? ¿Se ha vuelto irrelevante para resolver disputas o crisis de cualquier tipo? ¿Permite un diálogo constructivo entre las partes o inicia caminos comunes que son eficientes en crisis generales como las vinculadas a la salud o al medioambiente?

Logo en el exterior deLogo en el exterior de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Ginebra, Suiza (Fotos: archivo DEF)

Pareciera difícil y complejo dar respuestas a esos interrogantes, si faltan recursos y financiación seria para estos organismos, si se mantienen desigualdades estructurales y si los países más desarrollados imponen por voluntad o veto la solución más conveniente para sus intereses. Además, si la burocracia propia de estas organizaciones no se aggiorna a los tiempos y genera respuestas de acción rápida, donde los consensos no se transformen en obstáculos y permitan enfrentar las crisis con intervenciones inmediatas, se deberán enfrentar a lo que puede ser una crisis terminal.

Hace pocos meses (septiembre 2024), se realizó en la ONU la Cumbre del Futuro, con loables objetivos en pos de mejorar la cooperación internacional y de llevar a cabo un pacto para las próximas décadas. A un año de aquel encuentro, los resultados no muestran mejoras en ninguno de los múltiples objetivos fijados. Entonces, la pregunta es si deberían desaparecer, como sugieren algunas posiciones radicales, o tendría más sentido realizar una verdadera revisión crítica de todos los organismos, cambiar reglas vetustas y asignarles presupuestos y poder real para dar respuestas serias y equilibradas en un mundo cada día más cercano e interrelacionado.

Entiendo que deberíamos votar por la segunda opción sobre la simple suposición de que “nadie se salva solo”. Dicho más actual y presente que nunca.

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