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La puerta que se abrió después de casi treinta años de clausura y dejó entrar aires de libertad: Brandenburgo, testigo de la historia

El 22 de diciembre de 1989, semanas después de que se cayera el Muro de Berlín, se materializó en uno de los confines de la capital alemana, otro símbolo del fin de la Guerra Fría y la reunificación alemana. La reapertura de una puerta que marcó el fin de una era y el inicio de otra, y se convirtió en un monumento emblemático del continente europeo por donde pasaron el rey de Prusia, Napoleón, Hitler, Ronald Reagan, Ángela Merkel y más

 

Aunque parezca mentira, al menos media Europa, no toda, que la unidad europea todavía es un sueño por alcanzar, va a celebrar hoy la vigencia de una puerta. Es raro que se rinda homenaje a un símbolo, salvo que ese símbolo sea lo que esta puerta a ser homenajeada fue y es: una fuente de esperanza, de paz, de concordia, sacudida por los vientos de la guerra, la ambición y la fatalidad. No es una puerta común, es la legendaria Puerta de Brandeburgo, en Berlín, la capital alemana que durante muchos años lo fue por mitades, cuando el país estaba partido en dos luego de terminada la Segunda Guerra mundial.

Por esa puerta entraron y salieron ejércitos, pestes, fortunas y desgracias, regímenes que iban a reinar mil años, muros de piedra que fueron la vergüenza del mundo, el sabor helado de la Guerra Fría, disturbios sociales, amenazas y estadistas que buscaron sin hallarlo algo de comprensión y entendimiento en un mundo volátil: el de la segunda mitad del siglo XX. Ese mundo ahora nuevo, y no menos volátil que el anterior, rinde hoy honores sin pedir perdón en nombre de sus ancestros a la Puerta de Brandeburgo que allí está, firme y enhiesta, desde que sembraron su piedra fundamental hasta que la coronaron entre 1788 y 1791.

El 22 de diciembre de 1989, de allí las celebraciones de hoy, la Puerta se reabrió después de casi treinta años de clausura: el Muro de Berlín la había dejado del lado soviético y cuando el Muro cayó, en noviembre de ese año, la Puerta se convirtió en el símbolo de la reunificación alemana. Los sufridos alemanes del Este y del Oeste lo entendieron de inmediato, y cantaron a Beethoven.

La heroína oculta de esta historia es Brandeburgo, una ciudad que rodea a Berlín, que fue cuna del poder prusiano desde el medioevo y un pedazo de la historia más rica de Alemania. Por eso la Puerta, que está en Berlín, es de Brandeburgo, porque marcaba el inicio de la carretera que llevaba a la capital del imperio prusiano. Permitan a estas líneas una digresión. Mucho antes de que se iniciara la construcción de la Puerta de Brandeburgo, Johann Sebastian Bach, un señor gordito y con peluca al decir de la inolvidable María Elena Walsh, escribió sus fabulosos Conciertos Brandeburgueses, seis piezas de una música sorprendente y maravillosa. El 24 de marzo de 1721, Bach dedicó su obra a Cristián Luis, marqués de Brandeburgo, con un escrito en el que decía entre otras cosas: “Por lo tanto, de acuerdo con sus amabilísimas órdenes, me he tomado la libertad de rendir mis más humildes deberes a Vuestra Alteza Real mediante los presentes Conciertos, que he adaptado a varios instrumentos; rogándole muy humildemente que no juzgue su imperfección, al rigor del fino y delicado gusto, que todo el mundo sabe que tiene para las piezas musicales, sino más bien que atraiga en benigna consideración el profundo respeto y la más humilde obediencia que intento mostrarle con esto”. Qué modestos son los grandes. Bach, que no era tonto, sabía que el rey Federico Guillermo de Prusia no era un tipo que se derritiera por las expresiones artísticas, así que pensó en el marqués Cristián Luis, aunque su alma sensible no contaba con músicos en su corte; de modo que los Conciertos Brandeburgueses quedaron archivados en la biblioteca del marqués hasta su muerte, en 1734: los descubrieron recién en 1849.

La Puerta de Brandeburgo haLa Puerta de Brandeburgo ha sobrevivido a guerras, regímenes y reconstrucciones, manteniéndose como testigo de la historia alemana y europea

El rey de Prusia, Federico Guillermo, tenía otras cosas en la cabeza como para detenerse en Bach, que buena falta le hubiera hecho. Casi un siglo después de la Guerra de los Treinta Años, un conflicto religioso, político y militar que devastó Europa entre 1618 y 1648, Federico ordenó la construcción de la Puerta de Brandeburgo para que representara la paz; de hecho, primero recibió el nombre de Puerta de la Paz. La diseñó el Superintendente de Edificios de la Corte, Carl Gotthard Langhans, se construyó entre 1788 y 1791 y tomó como ejemplo arquitectónico el espíritu griego de la Acrópolis de Atenas: doce columnas dóricas, seis a cada lado, una extensión de sesenta y ocho metros de largo por veintiséis de alto.

En la cima, el monumento estaba coronado por una cuadriga, un carro victorioso tirado por cuatro caballos, que dirigía Victoria, la diosa romana de los triunfos. Victoria no siempre fue Victoria. Primero, la diosa que conducía la cuadriga triunfante era Irene, la diosa griega de la paz. Pero Napoleón y sus chapucerías lo cambiaron todo. En 1806, después de vencer a los prusianos en las batallas de Jena y Auerstedt, Napoleón fue el primero en usar la Puerta de Brandeburgo para celebrar una victoria: sentó jurisprudencia. De paso, se alzó con la cuadriga y la diosa y se llevó la figura de bronce a París.

Como siempre sucede, cuando se dio vuelta el viento y los prusianos vencieron a Napoleón y ocuparon París en 1814, el general vencedor, Ernst von Pfuel, recuperó la estatua y la devolvió a Berlín. Para entonces, la Puerta de Brandeburgo había sido rediseñada por Karl Friedrich Schinkel para que representara una especia de arco de triunfo prusiano. La diosa Irene, que era de la paz, pasó entonces a ser la diosa Victoria que representaba lo que cifraba su nombre. Además, la figura, que siempre miró hacia el Este como lo hace hoy, fue adornada con el águila prusiana, con una Cruz de Hierro en su lanza y con una corona de hojas de roble. Años después, con Adolf Hitler en el poder, el águila imperial sería un símbolo de la Alemania nazi y la Cruz de Hierro sería una condecoración valiosa para el poder militar, sobre todo si estaba rodeada por hojas de roble.

En sus años iniciales, la Puerta no era para todos: los ciudadanos comunes sólo podían atravesarla por el paso que habilitaban las dos columnas de los extremos; el paseo central estaba reservado sólo a la familia real y a la familia del general Pfuel, que había retornado la estatua de bronce a Berlín.

La Puerta de Brandeburgo, construidaLa Puerta de Brandeburgo, construida entre 1788 y 1791, fue diseñada por Carl Gotthard Langhans e inspirada en la Acrópolis de Atenas

Cuando Hitler llegó al poder para destruir en doce años a toda una nación, suele suceder con quienes se sienten predestinados a grandes logros, los nazis usaron la Puerta de Brandeburgo como un símbolo del partido y de la nueva época que iba a regir el mundo. La Puerta fue una de las pocas estructuras que quedaron en pie en la Alemania destruida en 1945; dañada, agujereada por las balas, heridas sus columnas de espíritu griego por las esquirlas de las bombas y los disparos de los tanques soviéticos, se mantuvo en pie a duras penas: la estatua de bronce con la cuadriga de la diosa Victoria fue destruida, sólo se salvó la cabeza de uno de los caballos, hoy en el museo Märkisches, y lo que hoy corona la Puerta es una réplica del original.

Dañada y todo, el 12 de julio de 1945 la puerta de Brandeburgo vio pasar bajo sus arcos al mariscal inglés Bernard Montgomery y a sus pares soviéticos Gueorgui Zhúkov, jefe supremo de las fuerzas que conquistaron Berlín, y Konstantín Rokossovski a quienes “Monty” había condecorado minutos antes. La Guerra Fría estaba a punto de empezar. Con Alemania dividida entre aliados y soviéticos, Oeste y Este, una división que incluía a Berlín, los dos sectores restauraron el conjunto arquitectónico en uno de los pocos esfuerzos en común que iban a registrarse entre aquellos dos mundos. Las huellas de la guerra fueron emparchadas, pero siguieron visibles durante muchos años.

La Puerta de Brandeburgo quedó en la zona de ocupación soviética de Berlín. Durante dieciséis años y casi en la frontera con la zona de ocupación británica, los alemanes pudieron cruzar con total libertad de un lado a otro de la ciudad dividida, hasta que los embates de la Guerra Fría, el deseo del líder soviético Nikita Khruschev de apoderarse de Berlín y echar a los aliados, la férrea resistencia que le opuso el presidente de Estados Unidos John Kennedy, el peligro de una guerra atómica y el deterioro de la vida en el Este, de donde huían hacia el sector occidental todos los profesionales, hizo nacer el Muro de Berlín. El 13 de agosto de 1961 una larga y gigantesca alambrada de púas de cuarenta y dos kilómetros de largo partió la ciudad en dos, dividió familias, amistades, amores, afectos, proyectos y alianzas; interrumpió el tránsito de trenes y autos entre un sector y otro, dejó al mundo boquiabierto y eludió tener en cuenta a la multitud de alemanes que se congregó frente a la Puerta, del lado occidental, para protestar contra tanta sinrazón. Entre quienes manifestaban estaba el alcalde de aquella Berlín rota, Willy Brandt.

Tropas soviéticas desfilan ante laTropas soviéticas desfilan ante la Puerta de Brandeburgo en Berlín, el 20 de mayo de 1945, portando una bandera de la victoria que fue izada sobre la capital alemana derrotada al final de la Segunda Guerra Mundial (AP)

El Muro de Berlín dividió la ciudad y la Puerta de Brandeburgo durante casi tres décadas, separando familias y simbolizando la división de Europa

Los soviéticos habían hecho gala de sus atropellos desde el fin de la guerra. Entre 1945 y 1957 ondeó sobre la Puerta de Brandeburgo una bandera roja, con hoz y martillo, hasta que fue reemplazada por una bandera de la República Democrática Alemana (RDA) que, en el colmo del sarcasmo, era el nombre que llevaba el sistema comunista que regía en el Este.

En junio de 1953, un alzamiento popular liderado por obreros de la construcción jaqueó al gobierno de la RDA: exigían mejores condiciones de vida, democracia y reunificación de Alemania, tres imposibles. El levantamiento, que llegó a arrancar la andera soviética que ondeaba en la Puerta de Brandeburgo, fue aplastado por los tanques soviéticos y la Volkspolizei, que provocaron la muerte de trescientas ochenta y tres personas. Fue el primer movimiento de resistencia al comunismo en Europa del Este.

En junio de 1963, en el que sería su último viaje a Europa, Kennedy visitó Alemania. Pasó por la Puerta de Brandeburgo, donde los soviéticos habían desplegado enormes pancartas rojas que impedían ver el sector oriental; luego, Kennedy se dirigió hacia el vecino distrito de Schöneberg para hablar a cerca de medio millón de alemanes desde el balcón del ayuntamiento desde donde sí se divisaba el sector oriental de la ciudad. Fue desde allí donde lanzó uno de los más célebres discursos de la Guerra Fría: “Hay mucha gente en el mundo que realmente no comprende, o dice que no comprende, cuál es la gran diferencia entre el mundo libre y el mundo comunista. ¡Que vengan a Berlín! Hay algunos que dicen que el comunismo es el movimiento del futuro. ¡Que vengan a Berlín! Y hay algunos que dicen en Europa y en otras partes: se puede trabajar con los comunistas. ¡Que vengan a Berlín! Y hay incluso algunos pocos que dicen que es verdad que el comunismo es un sistema maligno, pero que permite nuestro progreso económico. Lasst sie nach Berlin kommen!¡Que vengan a Berlín! (…) Todos los hombres libres, dondequiera que vivan, son ciudadanos de Berlín y, por lo tanto, como hombre libre, me enorgullezco de decir ‘Ich bin ein Berliner’. Yo soy berlinés”.

Durante la Guerra Fría, laDurante la Guerra Fría, la Puerta de Brandeburgo fue testigo de discursos históricos de líderes como Kennedy y Reagan en Berlín (Kay Nietfeld/dpa)

Veinticuatro años después, otro presidente estadounidense, Ronald Reagan, eligió hablar a los alemanes con la Puerta de Brandeburgo y su cuadriga victoriosa a sus espaldas. Fue la tarde en la que Reagan pidió al entonces secretario general del PC y líder de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov, que echara el Muro de Berlín abajo: “Secretario General Gorvachov, si usted busca la paz, si usted busca la prosperidad para la Unión Soviética y para el Este de Europa, si usted busca liberalización, ¡venga aquí, a esta Puerta! Señor Gorbachov, ¡abra esta puerta! Señor Gorbachov, ¡tire abajo este muro!”.

El Muro cayó por fin el 9 de noviembre de 1989 no porque lo hubiera echado abajo Gorbachov, sino porque el régimen de Alemania del Este era insostenible, la URSS empezaba a agonizar, dejaría de existir en 1991, y porque el fervor alemán encontró una puerta entreabierta por la burocracia soviética para pasar al sector Occidental de Alemania por la fronteras húngara primero y austríaca después. Un día más tarde, esos mismos alemanes echaron abajo el Muro a golpes de pico y maza.

Aquella noche otoñal de inesperada gloria, miles de berlineses del Este cruzaron al otro lado, los que hasta entonces les había sido imposible: ya no había más lados” en Berlín. También cruzó la frontera que ya no existía una muchacha de treinta y cinco años, sorprendida, feliz y un poco tímida: era Angela Merkel, que con el tiempo sería canciller de la Alemania unificada.

Días después, entre los escombros, Mstislav Rostropovich honró a Beethoven con su violoncello. Y el día de Navidad, a menos de dos meses del derribo, Leonard Bernstein dirigió a la Orquesta Filarmónica de Berlín en la Sinfonía número 9, también Beethoven, en la entonces recién reabierta Puerta de Brandeburgo y con una modificación muy al estilo Bernstein: en el último movimiento, el que celebra el “Himno a la Alegría”, esa palabra “alegría” (Freude ) se cambió por la palabra “libertad” (Freiheit).

Una manifestación pro Palestina, unUna manifestación pro Palestina, un festival de luces, un homenaje a 80 años del final de la Segunda Guerra, un acto en homenaje a la familia Bibas masacrada en el ataque de Hamas, un encuentro en solidaridad con Ucrania y una movilización en contra del partido de extrema derecha en Alemania. Todos en la Puerta de Brandenburgo

La madrugada del 2 al 3 de octubre de 1990, la Puerta de Brandeburgo fue elegida para celebrar la reunificación de Alemania, que tanto tiempo había esperado. Sobre la Puerta se izó la ahora única bandera del país, negra roja y amarilla. En julio de 1994 el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton habló en la Puerta sobre la paz en Europa y el final de la Guerra Fría. En noviembre de 2009 Merkel cruzó la Puerta de Brandeburgo a pie junto a Gorbachov y al polaco Lech Walesa como parte d ellos festejos de los veinte años de la caída del Muro de Berlín.

El 13 de agosto de 2011, un minuto de silencio marcó frente a la Puerta de Brandeburgo la evocación de los cincuenta años de la construcción del Muro y el homenaje alemán a quienes habían muerto en su intento de huir hacia el Oeste. El 19 de junio de 2013, el presidente estadounidense Barack Obama abogó frente a la Puerta por la reducción del arsenal atómico mundial. En febrero de 2022, durante la invasión rusa a Ucrania, la puerta fue iluminada con los colores amarillo y azul de la bandera ucraniana.

La legendaria Puerta de Brandeburgo es como aquella dama indigna del cine, abnegada y juiciosa que parece haberlo visto todo: la vida, la muerte, la guerra, la paz, para arriba, para abajo, reyes, príncipes, marqueses, guerreros, estadistas, músicos y hasta deportistas. Guarda un silencio sepulcral, el de un testigo privilegiado. Hoy, cuando suenan otra vez ciertos tambores que dan la razón a quienes afirman que el deporte preferido de Europa no es el fútbol, es la guerra, el continente la homenajea para recordar el día que la Puerta volvió a abrirse para que corriera de nuevo a través de ella los aires de la libertad.

Después del homenaje, miles de luces la vestirán de Navidad. Parece un ruego.

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