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El bambú, el legado silvestre que es fuente de trabajo a la par del turismo en las islas del Tigre

Cooperativas y pequeños productores promueven su cultivo como alternativa para generar empleo y arraigo en el Delta bonaerense. Investigadores de la FAUBA destacan su potencial para la construcción, la alimentación y la cosmética, aunque persisten debates sobre su expansión.

En el imaginario de muchas personas, el Delta bonaerense se asocia casi exclusivamente con el turismo: arroyos tranquilos, lanchas colectivas, casas de descanso y cabañas para un fin de semana alejado de la ciudad.

Sin embargo, entre esos mismos paisajes hay historias de trabajo y búsqueda de alternativas productivas. Una de ellas es la del bambú, planta que llegó hace más de un siglo al Delta y que hoy comienza a ser vista como una oportunidad para diversificar la economía isleña.

“La producción frutícola desapareció, la forestación perdió peso y a partir de los años noventa el Delta de Tigre se volcó fuertemente al turismo”, explicó Martina Halpin, docente de la cátedra de Extensión y Sociología Rurales de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA).

“El bambú quedó como un legado silvestre y ahora aparece como una posibilidad para reconstruir arraigo y empleo local”, señaló.

La recolección del bambú es manual y requiere mucha mano de obra, lo que lo convierte en una fuente de empleo local. (Foto: FAUBA).
La recolección del bambú es manual y requiere mucha mano de obra, lo que lo convierte en una fuente de empleo local. (Foto: FAUBA).

El manejo del cañaveral exige cierto conocimiento

El cultivo se introdujo para proteger los árboles frutales del viento y para reforzar las costas contra la erosión. Con la desaparición de la fruticultura, el bambú continuó creciendo de manera espontánea, formando cañaverales que hoy cubren buena parte de las islas.

Sus propiedades lo convirtieron en un recurso llamativo: es flexible y resistente gracias a su contenido de sílice, por lo que algunos lo llaman “acero vegetal”.

Además, crece rápido, mejora el suelo y brinda servicios ecosistémicos.

En 2008, un programa provincial lo tomó como protagonista para diversificar la economía del Delta. “La idea era agregar valor a materias primas locales y generar trabajo en pequeña escala. El bambú se adapta muy bien porque no requiere grandes inversiones y su cosecha es manual”, señaló Halpin, quien también integra la Cooperativa Origen Delta.

Integrantes de la Cooperativa Origen Delta elaboran muebles, juguetes e instrumentos con cañas de bambú cultivadas en las islas del Tigre. (Foto: FAUBA).
Integrantes de la Cooperativa Origen Delta elaboran muebles, juguetes e instrumentos con cañas de bambú cultivadas en las islas del Tigre. (Foto: FAUBA).

Esa cooperativa reúne a unas 45 personas que fabrican productos con cañas y brotes: pupitres, juguetes, instrumentos musicales, utensilios de cocina, estuches para cosmética natural e incluso conservas agridulces de brotes con una textura similar al palmito. “La inversión inicial es baja: alcanza con machetes, sierras o serruchos, herramientas comunes en las islas. Además, al necesitar mucha mano de obra, la cosecha genera oportunidades de empleo local”, remarcó la investigadora.

Conviven cañas jóvenes y viejas, y hay que saber seleccionarlas: si se mezclan, se obtiene un material de menor calidad y precio. La cosecha, al ser gradual, evita grandes desmontes y, comparada con la forestación, reduce el impacto ambiental.

Cañas de bambú transportadas en canoa por los arroyos del Delta, una postal que combina tradición isleña y nuevas oportunidades de trabajo. (Foto: FAUBA).
Cañas de bambú transportadas en canoa por los arroyos del Delta, una postal que combina tradición isleña y nuevas oportunidades de trabajo. (Foto: FAUBA).

El bambú también abre debates

Algunas voces lo catalogan como invasor. Halpin matizó: “Es una familia con unas 1600 especies, algunas nativas y otras introducidas. No todas se expanden igual. Estudios en más de 100 países muestran muy pocos casos de invasión si se maneja correctamente. En el Delta, la especie más común es Phyllostachys aurea, que puede extenderse, pero se controla fácilmente con zanjas y con la propia geografía de arroyos y zanjones”.

El crecimiento de este recurso choca con una dificultad clave: la falta de políticas de fomento. El programa que lo impulsó se discontinuó en 2015. “Hoy son pocas las familias que viven solo del bambú. Necesitamos un salto de escala y para eso hace falta acompañamiento estatal”, sostuvo Halpin. Un ejemplo sería que el Estado demandara tableros de bambú para pupitres o incorporara los brotes al Código Alimentario Argentino, lo que abriría un mercado formal.

Mientras tanto, la cooperativa trabaja con bambusales abandonados y busca fortalecer el consumo local. “Es un recurso en expansión a nivel global y la Argentina llega con retraso. De a poco vamos a ir haciéndolo conocer entre familias isleñas y también fuera del Delta. Tiene un gran potencial para el desarrollo rural sustentable”, concluyó la investigadora.

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