Las memorias de Lady Elizabeth Anson, íntima de Isabel II, destapan un ambiente de desconfianza y distanciamiento de la reina frente a la organización reservada de los duques de Sussex
No es ningún secreto que la boda del príncipe Harry y Meghan Markle estuvo marcada por la tensión. A los conflictos que ya se conocían, se suma uno nuevo: la decisión de la novia de no cumplir el deseo de Isabel II, mostrarle su vestido antes del gran día. Si bien en muchas familias esto es algo normal, pues se espera que el traje sea una sorpresa para todos los asistentes, es casi una norma dentro de la estricta tradición real británica por lo que se entendió como un desplante que dejó a la monarca “muy disgustada” a tan solo unas semanas del enlace.
Así lo afirma el medio británico Daily Mail, que añade que el caso del vestido no fue el único roce. Según publica en su página web, en los días previos a la boda el ambiente en palacio era cualquier cosa menos relajado, ya que Harry habría protagonizado un encuentro especialmente tenso con su abuela durante los preparativos. Lady Elizabeth Anson, prima y confidente de la reina, ha sido quien lo ha desvelado, afirmando que el hijo pequeño de Lady Di llegó a ser “maleducado con ella durante diez minutos” en una de sus conversaciones privadas con su abuela. La propia reina le confesó a Anson estar “muy preocupada” tanto por Harry, al que veía “enamorado y un poco débil”, como por la actitud cada vez más decidida y “mandona” de Meghan, que parecía ir por libre en la organización de la boda.
Quién es quién en la casa real británica: del rey Carlos, el más tardío de la historia, al polémico príncipe Andrés.
Además, Isabel II contó a Lady Elizabeth que se sentía “apartada” de los preparativos, ya que la pareja organizaba a puerta cerrada buena parte de los detalles. La reina llegó a comentarle literalmente que “el jurado aún está deliberando” sobre si Meghan le caía bien o no. Mientras tanto, en palacio era un secreto a voces que las relaciones entre Meghan y Kate no eran buenas. Ni siquiera los intentos de Harry por acercar posturas en las semanas previas consiguieron rebajar el ambiente, y la distancia entre ambos hermanos se hizo cada vez más evidente.
Las tensiones aumentaron cuando Harry decidió, saltándose el protocolo, invitar al arzobispo de Canterbury a oficiar la ceremonia sin haber pedido antes permiso al decano de Windsor, una figura central en la organización religiosa de estos actos. Lady Elizabeth explicó que la reina se mostró especialmente molesta con esa decisión y que lo transmitía en privado con frustración: “Harry parece creer que la reina puede hacer lo que quiera, pero no es así” pues en lo que respecta a la religión, esta “es competencia del Deán de Windsor”.
En medio de todos estos tiras y aflojas, se sumó el nerviosismo desde el lado de Meghan: su padre, Thomas Markle, estaba “aterrado” ante la idea de acudir a la boda y finalmente no pudo hacerlo por motivos de salud. Todo esto alimentaba la creciente sensación en la casa real de que nada se estaba desarrollando según el guion tradicional y que la boda se estaba alejando de la imagen de unidad, armonía y pompa que tanto gusta a la familia Windsor.


El resultado fue una atmósfera cargada de incertidumbre, miradas de desconfianza y algún que otro reproche apenas disimulado. Aunque hacia fuera se ofreció la habitual imagen de alegría y celebración, entre bastidores el clima distaba mucho de ser el del cuento de hadas que se pretendía proyectar. Las memorias y confidencias de Lady Elizabeth, fallecida en 2020, han sacado ahora a la luz muchos de estos episodios, mostrando que aquel enlace real no fue precisamente tradicional ni calmado.
