Una sumatoria de hechos agresivos revelan una conflictividad en aumento que para los obispos es prioritario ir bajando y, en ese sentido, consideran que el presidente Javier Milei tiene la principal responsabilidad.
Fue premonitorio. Pocas horas antes de los graves incidentes entre manifestantes -muchos de los más violentos con antecedentes penales- y las fuerzas de seguridad y policiales ocurridos el miércoles en torno al Congreso, la Iglesia difundió una declaración en la que expresaba su gran preocupación por la virulencia que viene caracterizando al debate político y su negativo impacto en la sociedad.
La conducción de la Conferencia Episcopal -que agrupa a todos los obispos del país- mencionaba “actitudes y expresiones que lastiman” y “lenguajes despreciativos, por momentos no exentos de crueldad, que atentan seriamente contra la unidad que tanto necesitamos como pueblo”. Actitudes, decía en el texto de apenas una carilla, que “tristemente se advierte en nuestra sociedad y en la dirigencia”.
Es interesante observar que no solo incluye en “esta realidad” que le preocupa a los políticos (si bien la discusión es política), sino también a “la dirigencia” en general y a “nuestra sociedad”. O sea, que el fenómeno está mucho más extendido y, por tanto, debe inferirse que es más grave porque -como una metástasis- se está extendiendo por el cuerpo social, lo que complica su remisión.
Pero la Iglesia también destaca otra realidad en la sociedad, ciertamente estimulante, como la extendida “reacción solidaria de nuestro pueblo” ante las graves inundaciones en Bahía Blanca y sus poblados cercanos, incluso “hasta el heroísmo de dar la vida”, lo que constituye “un signo de esperanza”. Y que, además, pone de manifiesto que “nos necesitamos los unos de los otros”.

Para los obispos esta otra realidad debería interpelar a todos aquellos que optan por la riña verbal permanente, una confrontación política que escaló a partir de la crisis del campo, allá por 2008, dando paso a la tristemente llamada grieta, instaurada por Néstor y Cristina Kirchner, pero continuada con mayor o menor intensidad por los gobiernos que los sucedieron.
Desde entonces la Iglesia se cansó de pedir que bajara el nivel de confrontación, sin ser escuchada. No solo lo hacía -y lo sigue haciendo- para que el clima de convivencia sea más respirable, sino porque considera que hace falta diálogo y búsqueda de acuerdos para afrontar los graves problemas que tiene el país. Cree, en fin, que un gobierno en soledad no puede.
Aunque los obispos siempre temieron que las peleas verbales derivaran en hechos violentos -por aquello de que las palabras violentas preceden a los hechos violentos- lo novedoso es que su temor hoy parece ser mayor, sobre todo después de los incidentes del miércoles, que evidenciaron una incipiente organización de sectores que buscan desgastar al Gobierno.
A la habitual manifestación de los jubilados enarbolando un reclamo tan justo como el aumento de su magra jubilación, se sumaron no solamente militantes de izquierda -lo cual no sería una novedad-, sino -¡insólitamente!- por primera vez barrabravas, en medio de la sospecha que dirigentes peronistas del gran Buenos Aires fogonearon el enfrentamiento.
¿Las pacíficas y justas manifestaciones de los miércoles de los jubilados serán cada semana cooptadas por grupos violentos como algunos creen? ¿La decisión del gobierno -ratificada tras los incidentes- de reprimirlas los disuadirá o, por el contrario, volverán a buscar el enfrentamiento con las fuerzas de seguridad y policiales para promover el caos?
Para colmo, la sesión que se desarrollaba en la Cámara de Diputados no fue precisamente una muestra de mesura, sobre todo al terminar abruptamente con fuertes discusiones entre los kirchneristas y el presidente del cuerpo, Martín Menem, y, lo peor, incidentes entre legisladores oficialistas o que lo fueron, que casi llegan a las manos.

Días antes, el jefe del bloque de diputados de Unión por la Patria, Germán Martínez, había retado a Menem a una pelea en “Segurola y Habana” -evocando a Maradona-, mientras que en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso el diputado Facundo Manes sufrió una actitud intimidatoria del asesor presidencial Santiago Caputo.
Por otra parte, la reacción del gobierno ante los graves sucesos frente al Congreso fue la de doblar la apuesta: en Expoagro, el propio Presidente insultó a los violentos y prometió meterlos presos, pero no dijo si acaso pensaba ordenar una investigación para establecer si todos los uniformados cumplieron su tarea conforme a las normas.
Los ánimos en los ámbitos políticos ya venían caldeados desde el polémico discurso del presidente Javier Milei en el Foro de Davos -donde vinculó la homosexualidad con la pedofilia-, el estallido del llamado criptogate y el intento de nombrar por decreto como jueces de la Corte Suprema de Justicia a Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla.

Los encuestadores coinciden en que esa sucesión de hechos impactaron en la imagen del gobierno, haciéndolo descender algunos puntos, en tanto que al día siguiente de los violentos incidentes la CGT salió de su letargo y anunció la realización de un nuevo paro general -el tercero durante este gobierno- antes del 10 de abril.
La sumatoria de todos estos hechos revelan una conflictividad en aumento que para los obispos es prioritario ir bajando y, en ese sentido, consideran que el presidente de la Nación tiene la principal responsabilidad de avanzar en esa línea, evitando persistir en una actitud muy confrontativa, caracterizada por sus duros epítetos.
Más aún: en medios eclesiásticos afirman que los obispos estarían dispuestos a pedírselo personalmente a Javier Milei -con los depurados modos curiales- si finalmente se concreta la postergada visita que debieron hacerle en diciembre con motivo de la Navidad y que, por razones de agenda de ambas partes, no se pudo concretar.
La cúpula del Episcopado mantiene su deseo de ver al Presidente y, más allá de que sus miembros son del interior -el titular es de Mendoza, el vice primero de Córdoba y el vice segundo de Jujuy-, lo que dificulta ajustar la fecha, se pregunta si efectivamente Milei tiene un gran interés de recibirla.
La creciente conflictividad en el país de la mano de las fuertes peleas verbales entre los dirigentes es una cuestión que también preocupa al papa Francisco, más allá de su convalecencia, que -aunque no está en el detalle- se mantiene informado de lo que sucede en su país, dicen en el Vaticano.
De hecho, la semana pasada le envió un telegrama al arzobispo de Bahía Blanca en el que le dice que reza por el eterno descanso de las víctimas, el consuelo de los deudos, le expresa la cercanía a toda la población y manifiesta el anhelo de que Dios sostenga a todos los que se ocupan de la reconstrucción.
Pero en la Argentina hay otra “inundación” que tarda en escurrir y que, más bien, tiende a subir: la “inundación” de la pelea perpetua, que debería hacer recordar a sus contendientes que “el que siembra vientos cosecha tempestades”.
