El ataque de Milei a los homosexuales abre una pregunta interesante: ¿Es exactamente eso lo que votó la mayoría de los argentinos? Cortinas de humo y populismo de derecha.
Milei no se pasó varios pueblos con su ataque a los homosexuales. No fue viento en la camiseta, excitado con la idea de ser una vez más el enfant terrible que sacude la modorra de los billonarios de la montaña mágica de Davos. Lo de Milei fue coherente. Coherente con la reivindicación libertaria de los Falcon verdes, con el intento de liberar a los genocidas, con la censura, con esa frase tan reveladora: «Zurdos hijos de puta, los vamos a perseguir hasta el último rincón».
La batalla cultural que encandila a los libertarios, por momentos, no parece mucho mas que una simple reivindicación de la Dictadura. Sólo que ahora no es la expresión de marginales de la política, sino de quienes conducen el Estado y ganaron las elecciones con un aplastante 56% de los votos.
Esto abre algunas preguntas interesantes: ¿Es exactamente eso lo que votó la mayoría de los argentinos? ¿O acaso Milei confunde el saludable pánico que causó una inflación mensual de dos dígitos, con la idea de desmontar los pocos, pero importantísimos consensos que alcanzó la Argentina de la recuperación democrática? ¿De verdad, la sociedad quiere un país sin ciencia, sin educación pública y gratuita, sin cultura, sin obra pública que atienda a los que nadie atiende?
La fijación anal del Presidente, la obsesión con la pedofilia, será en todo caso materia de sicólogos, si tiene en algún momento el coraje de abordar con paciencia esos nudos, en lugar de estallarlos en streamings mundiales, que parecen entretenidos, hasta que se los mira de nuevo.
Porque lo que dice Milei es violento a niveles que se suponían superados. Es un lugar común afirmar que a la violencia verbal le sigue la física. No siempre, pero en todo caso: ¿Para qué transitar esa delgada línea roja?
Tenemos tantos problemas tan graves, que uno se pregunta: ¿Qué necesidad de romper lo que está bien? La lucha por la liberación de los homosexuales, como la lucha por la igualdad de las mujeres, es de las pocas cosas del Siglo XX de avance real de la humanidad.
Por eso, no es casual que haya que irse hasta las catacumbas de las dictaduras para encontrar ejemplos de gobiernos que estigmatizan a los homosexuales. Videla y Pinochet, también tenían eso en común. Por eso, la lucha de los homosexuales se cruzó en aquellos años con la pelea de los zurdos que quiere perseguir Milei. Y se cruzó en medio de esas contradicciones que existen en la vida real y que nadie explicó mejor que Pedro Lemebel. Porque claro, hay homosexuales de derecha. Pero en el extremo, la pulsión de ser, es un movimiento de liberación.
Es imposible no recordar al abogado maldito Roy Cohn, asesor y amigo de Nixon, ideólogo de McCarthy, inventor de Trump, que aún en sus últimos días, consumido por el virus del HIV que en esos años no tenía tratamiento, rechazaba con violencia ser homosexual, porque le quitaba su «hombría». Víctima y victimario de la homofobia, en un circulo tóxico de perversidad que por momentos se observa en el gobierno de Milei. Un disfrute de la contradicción secreta, de ser el que prohíbe y el que hace lo prohibido. Que es como decir: Condenar a la casta y ser casta.
Los políticos, que a fuerza de buscar la segunda lectura se suelen perder la primera, afirman que el discurso de Davos de Milei no fue fascista, sino un intento de desviar la conversación de los problemas que tiene la macroeconomía argentina.
Si es así, no funcionó. Porque ese perro sigue ahí. Una parte de la sociedad puede estar anestesiada, o simplemente recuperándose del susto de una híper que no llegó, pero se sintió cerca. Ahora, la combinación de dólar barato, Argentina carísima, reservas negativas y problemas en el campo y la industria, trae una música conocida. Del deme dos y estamos ganando, a la crónica dificultad para transitar todas las etapas de una estabilización macroeconómica.
Ajuste fiscal sin normalización cambiaria y monetaria. Tipo de cambio fijo, cepo, atraso cambiario y congelamiento de tarifas en año electoral. Se parece a Massa, se parece a Cristina. Es populismo cambiario, sólo que ahora se combina con retórica de derecha dura y ajuste. Baja la inflación, pero la plata no alcanza.
Populismo de derecha, pero atrás, un gobierno a la defensiva, aferrado al para avalancha de la defensa del tipo de cambio. Un gobierno que perdió ímpetu: no hay reforma laboral, ni previsional, no resuelve el nudo cambiario. La única apuesta es el FMI. Un gobierno que se parece cada vez más a un simulacro: simula una baja de las retenciones, una apertura económica, una reforma laboral.
Los argentinos pueden parecer distraídos, pero tienen un sexto sentido de clase mundial para detectar los simulacros. Acaso por eso, el primer Milei ganó cuando hizo un ajuste de verdad, del que todavía está viviendo. Pero la política es despiadada, se olvida muy rápido de los goles de ayer. Lo único que no perdona es la falta de acción. Y hay una enorme diferencia entre fabricar una supuesta iniciativa, encima retrógrada, que no suma nada; y cambiar las cosas de verdad.
Por Ignacio Fidanza PLO
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