Estamos bien, pero vamos mal: Javier Milei podría dar vuelta la célebre muletilla del presidente Carlos Menem, que a principios de los 90 decía lo contrario: “Estamos mal, pero vamos bien”. La opinión pública de aquel entonces todavía no sentía mejorar su situación de bolsillo, pero el peronista riojano lograba generar paciencia mientras empezaba a aplicar las reformas promercado que hoy rescata el presidente Milei.
Si Milei repasa las encuestas de opinión pública que le estuvieron llegando desde hace un par de semanas, debería preguntarse qué está pasando ahora por la cabeza de los argentinos, que empezaron a desconfiar de él y creen que “vamos mal”: todavía queda una buena proporción de votantes que le tienen aprecio, pero ya un mes después de que se aprobara la ley Bases, están apareciendo cada vez más dudas en los sondeos. ¿Llegó a su fin esa suerte de tiempo suplementario que tuvo su “luna de miel” con el electorado?
Javier Milei sigue siendo uno de los políticos de mejor imagen de la Argentina
Proyección, la consultora del sociólogo Manuel Zunino, lo ubica en segundo lugar, después de Victoria Villarruel, que es la única política en todos los “charts” con más imagen positiva que negativa. Otra buena noticia de Proyección para el Presidente: el 57 por ciento cree que el gobierno de Alberto Fernández es el principal responsable de los problemas económicos del país, y solo el 38 por ciento culpa a Milei.
La Universidad de San Andrés acaba de publicar su encuesta bimestral, y en aprobación de gestión, Milei apenas bajó un punto porcentual y se ubica en 48 por ciento de positiva contra 49 de negativa. A Mauricio Macri no le fue mucho mejor al principio y Alberto Fernández solo tuvo un índice muy alto de aprobación en los primeros meses de la pandemia para después derrumbarse bochornosamente.
Hasta ahí el “estamos bien”, pero el “vamos mal” empieza a ser preocupante para un gobierno que apenas tiene siete meses. El Indice de Confianza en el Gobierno que elabora la encuestadora Poliarquía para la Universidad Di Tella no para de caer: ningún otro presidente, desde que esa universidad presenta el ICG (2001) cayó tanto tan rápido.
Las expectativas sobre el futuro de la Argentina todavía son más positivas que negativas (43 a 34 por ciento), pero las curvas se empezaron a acercar en los últimos meses en señal de pérdida de fe.
Para San Andrés, la pregunta clave de “la satisfacción con la marcha general de las cosas” se derrumbó 8 puntos contra mayo, a 33 por ciento: mucho menos que la percepción que tenía la opinión pública en ese mismo lapso de gobierno en las gestiones de Alberto Fernández y Mauricio Macri.
A Proyección se le disparó al negativo en julio la pregunta sobre el rumbo de la economía: en junio, los que lo creían correcto empataban con los que lo veían incorrecto. Pero este mes “la ve” el 37 por ciento, contra casi 44 por ciento que “no la ve”.
A la pregunta de qué sensación le genera el actual rumbo del país, los optimistas todavía les ganan a los pesimistas 34 a 25 por ciento. Pero la respuesta -por lejos- más frecuente hoy es “Incertidumbre”, con 41 por ciento.
Javier Milei y las promesas
Otro dato de la encuestadora Proyección que debería llamar la atención de Milei es una de las preguntas en una serie de atributos personales que hace esa consultora: ¿Milei está cumpliendo sus promesas? Hay empate en 43 por ciento: un derrumbe de ocho puntos contra días antes de aprobar la ley Bases.
Es que ya ni llama la atención que la opinión pública empiece a dudar de que Milei esté cumpliendo sus promesas: el latiguillo central de su campaña electoral fue la “dolarización”, porque el peso era “excremento”. Pero la semana pasada el ministro de Economía, Luis Caputo, sorprendió con un tuit amenazando con que “la realidad probará que en breve la gente va a tener que vender sus dólares para pagar los impuestos, y el peso va a ser la moneda fuerte”.
En ese posteo en la red social X, el ministro Caputo también enterró otra de las promesas centrales de campaña de Milei, que era que los impuestos iban a bajar.
De hecho, Milei había acompañado a su rival Sergio Massa, en plena campaña, votando en la Cámara de Diputados la eliminación del impuesto a las Ganancias, argumentando que estaba a favor de bajar los impuestos.
Desde ahora, van a volver a pagar ese impuesto cientos de miles de empleados en relación de dependencia que ganen más de 1,8 millón de pesos, aunque con alícuotas más piadosas que las de antes.
Los gremios de trabajadores más pudientes ya están amenazando con un paro para el día de San Cayetano, 7 de agosto.
A Milei le cuesta ahora explicar que se había equivocado el año pasado en contribuir a eliminar el impuesto más solidario y que en Estados Unidos o Alemania lo pagan trabajadores ya a partir de ingresos de apenas mil dólares. Incluso la nueva versión del “impuesto a las Ganancias” ahora tiene el nombre correcto, para evitar que los sindicatos reclamen que “el salario no es ganancia”: se llama impuesto a los Ingresos Personales.
Hay que admitir que muchos gobernadores le exigieron para apoyar la ley Bases que Milei recuperara ese impuesto coparticipable. A Massa, en su momento, lo habían apoyado con su silencio mientras desfinanciaba a las provincias eliminando ese tributo clave. La generosidad no le sirvió al tigrense para ganar la elección.
Ni baja de impuestos ni dolarización
Pero no hay caso: ni dolarización, ni baja de impuestos, y Milei todavía no salió a explicar convincentemente por qué semejante cambio de enfoque.
La única promesa que Milei está cumpliendo -para la opinión pública- es la de bajar la inflación. Según la evolución de los principales problemas del país que percibe la gente y que mide bimestralmente la Universidad de San Andrés, en julio -después de tres años- la inflación dejó de ser el principal problema de los argentinos. Pero “vamos mal”, porque se colocó a la cabeza de las preocupaciones la pobreza: “de guatemala a guatepeor”.
Uno de los “drivers” que ayudaron a que Carlos Menem mantuviera su aprobación en los 90 durante muchos años es que los mercados avalaban el rumbo promercado que había emprendido: si la Bolsa sube, para el público es señal de que los mercados ven al gobierno manejando bien la economía, y eso genera confianza en los consumidores.
Pero la semana pasada, a Milei –que siempre afirma que “no existen los fallos de mercado” -no se le ocurrió mejor idea que retar a los mercados “porque no la ven”. Desde la sanción de la ley Bases, en lugar de festejar, bonos y acciones cayeron, los dólares financieros subieron y las pocas reservas del Banco Central se siguieron evaporando, ampliando la “brecha” con el precio oficial del dólar y alejando más la posibilidad de eliminar el tóxico cepo cambiario. Con cepo no habrá ni dolarización, ni “peso fuerte”.
Para complicarse todavía más, el gobierno decidió dar el paso que nunca debió dar, si pretendía recuperar la confianza de los mercados: con escasa transparencia embarcó una partida de oro con destino incierto: ¿Londres, Basilea? Los medios recibieron la información de fuentes sindicales, y el gobierno no tuvo otro remedio que confirmar asegurando que aspiraba a que ese oro devengue intereses. Luego se supo que parte de las reservas del Banco Central, el gobierno las depositó en el Bank of New York.
Todavía no queda claro si es dinero del BCRA o parte de los depósitos en dólares de los ahorristas argentinos.
Los mercados lo interpretaron como un gesto de poca transparencia, no enterarse de esas maniobras antes y por el propio gobierno: ¿Podrían ser confiscados esos fondos por los acreedores del juicio perdido por la estatización de YPF y otros litigios heredados del kirchnerismo? Cuesta mucho recuperar la confianza perdida, y, en materia económica, Milei no tiene fusible: el “verdadero” ministro de Economía no es Caputo, sino el propio Milei.
Si la reacción de los mercados es a la baja, difícilmente la opinión pública pueda cambiar la percepción actual de que “estamos bien, pero vamos mal”.