Los mitos en la historia son un tema difícil para el abordaje por parte de los historiadores. Todos los mitos implican una creencia en el personaje, que va más allá de los hechos y de las personas. Puede ser tanto en un sentido de exaltación de las virtudes del protagonista de la historia como la presentación absoluta de sus defectos. Por eso, muchas veces los historiadores argentinos esquivan el tratamiento de los períodos de tiempo y los personajes públicos sobre los cuales las creencias populares superan a la realidad de los hechos. Esta afirmación abarca algunos períodos de la historia contemporánea, como las décadas de 1930 y de 1970, así como también hombres y mujeres de la historia, pero ninguno como el caso de María Eva Duarte de Perón, Evita.
Tan fuerte es el impacto del mito en el relato histórico, que aún en el caso de que el investigador descubra hechos y documentos que contradigan las convicciones generalmente aceptadas, es probable que su trabajo sea despreciado o incluso descalificado por ese hallazgo real que se opone a la mitología establecida. Esto es tan cierto que aquellos que la consideran un personaje central de la vida argentina de la medianía del siglo XX y su proyección posterior, para quienes Evita resulta la “abanderada de los humildes”, en su mayoría no están dispuesto a aceptar ningún cuestionamiento a su figura; de la misma manera que quienes la han despreciado en vida y muerte, llamándola incluso literariamente “la mujer del látigo” no le conceden ni el beneficio de la duda a su actuación histórica.
A pesar de esta prevención, vamos a encontrarnos hoy con Evita para hablar de su historia, a setenta y dos años de su dramática muerte el 26 de julio de 1952.
Su nacimiento y su llegada a los escenarios porteños
María Eva llega al mundo en el seno de la segunda familia de Juan Duarte, un administrador de campos de Junín, casado con Juana Ibarguren. Vale destacar que esta práctica era bastante habitual en las extensas pampas argentinas. Evita nace entonces el 17 de mayo de 1919 en el pueblo de Los Toldos, siendo bautizada allí el 21 de noviembre del mismo año. Era la quinta hermana, la cuarta mujer. Su infancia fue la común para esos tiempos. Desde pequeña mostró interés por la actuación y a los quince años se trasladó a Buenos Aires, donde ya vivía su hermano mayor Juan. La muerte de su padre en un accidente automovilístico iba a desatar la primera polémica historiográfica, ya que hay tantos que afirman el rechazo a la presencia de su familia en el velatorio como los que sostienen la falsedad del episodio.
Su relación con Agustín Magaldi, a quien había conocido en una gira que el cantante de tango hiciera por el interior bonaerense, la ayudó a comenzar una carrera artística que la llevó a convertirse en una muy buena actriz de radioteatros, una buena intérprete teatral, hasta llegar a participar en varias películas con diversa suerte. Se convirtió en una actriz joven muy popular, a tal punto que aparecer en la tapa de varias revistas de espectáculos. Fue fundadora, entre varios artistas, de un sindicato de actores. Cuando su carrera iba consolidándose y siendo protagonista de un ciclo llamado Grandes Mujeres de la Historia, su vida iba a cambiar radicalmente y ese cambio iba también a modificar la historia argentina.
Su encuentro con Perón
El 15 de enero de 1944 un terremoto destruye la ciudad de San Juan y causa más de diez mil muertos. El coronel Juan Domingo Perón, en ese entonces secretario de Trabajo y Previsión asume la responsabilidad de la ayuda a los damnificados. Es así que se organizan colectas de fondos encabezadas por los artistas más reconocidos, además de eventos como el festival benéfico en el estadio Luna Park, en el que se conocen Perón y Evita Duarte, tal como se la conocía en el mundo artístico. Si bien son centenares los que se atribuyen haberlos presentado, es probable que se hayan “flechado” mutuamente el viudo coronel y la ascendente actriz, sin necesidad de celestinos. Al poco tiempo comienzan a convivir en el departamento de la calle Posadas, domicilio de Perón.
A pesar de las leyendas tejidas respecto de la participación de Evita en los eventos del 17 de octubre, se sabe que ese día estaba en Los Toldos terminando unos trámites para poder casarse pocos días. El 22 de octubre se celebra el matrimonio civil en Junín y el 10 de diciembre se casan religiosamente en el convento franciscano de La Plata, luego de haberlo suspendido por la insospechada cantidad de gente que asistió al primer intento. Quizá por coquetería, Evita declara tres años menos de edad. Perón tenía 50 años, y ella 26. Sin duda fueron un matrimonio feliz. Un dato curioso es que, durante la campaña proselitista de 1945/6 rumbo a la presidencia, el matrimonio visitó casi todas las provincias históricas, que eran las jurisdicciones en las que se votaba y juntos celebraron la llegada del año nuevo en Santiago del Estero donde se alojaron en la casa de familia Álvarez.
Su actuación política
Luego de la asunción del presidente Perón el 4 de junio de 1952, Evita ocupa un lugar poco destacado, pero lentamente se va convirtiendo en la pieza esencial del engranaje de la acción social y de la imagen gubernamental. Sus discursos encendidos, su activa participación en todos los actos oficiales, sus condiciones actorales y declamatorias, pero por sobre todo la empatía que lograba en su relación con los sectores populares, la hicieron crecer en la consideración pública, alcanzando tal popularidad que competía con la del propio Perón. Sin embargo, no hubo competencia entre ellos, ya que naturalmente uno era el líder político y la otra la compañera, formando el equipo político más sólido en la historia moderna de la Argentina.
Su primer gran protagonismo en lo más alto del nuevo poder fue el viaje que realizó, a instancias de su esposo, por las naciones católicas de Europa. El 6 de junio de 1947, junto a Lilian Lagomarsino, esposa del presidente de la Cámara de Diputados, el odontólogo Ricardo Guardo, Evita partió rumbo a Portugal, España, Francia, Italia y la Santa Sede. Fue recibida por los primeros mandatarios como el español Francisco Franco, el italiano Enrico Nicola y el francés Vicent Auriol. Se agregó una inesperada escala en Suiza de carácter privado. Pero sin dudase destacó la audiencia con el papa Pío XII, donde Evita sufrió la decepción de no haber sido nombrada noble pontificia. En Portugal desairó un pedido de Franco y se entrevistó con Juan de Borbón, aspirante al trono hispaño y abuelo del actual rey Felipe VI. Durante su vuelta al país, Evita hizo escalas en Río de Janeiro y Montevideo.
A su regreso, retomó la actividad social del gobierno a través de la creación de la Fundación María Eva Duarte de Perón, que fue fundamental para que el gobierno, a través de dicha organización paraestatal, se encargara de muchas de las tareas sociales que hasta entonces realizaba la Sociedad de Beneficencia, que fue intervenida y desactivada, apartando de su tradicional tarea a las damas de la aristocracia argentina, en algunos casos en forma destemplada. Si bien la clase obrera sindicalizada aceptó de buen grado la donación del aumento de sueldos cada mes que se obtenía, la compulsión de los aportes empresarios fue dividiendo a la sociedad entre los defensores de la fundación y sus detractores.
El gobierno, a través de la fundación, construyó barrios obreros, complejos turísticos, policlínicos, la ciudad infantil y la ciudad estudiantil, pero sobre todo se implementó un eficaz sistema de reparto de asistencia social que llegó a enormes sectores de la población. Esto fue acompañado por una gran campaña de propaganda, que permitió el uso partidario de la ayuda social, provocando resistencias sobre todo en el empresariado, y sobre todo en la clase media no peronista que mostraba su disgusto ante la publicidad oficial. La respuesta del gobierno fue la expropiación de algunos grupos industriales, lo que profundizó la oposición sobre todo a la figura de Evita, la esposa omnipresente del presidente.
Una vez sancionada la ley del voto femenino en 1947, los diputados y senadores le entregaron el texto original que permitió el sufragio de las mujeres en las elecciones nacionales de 1951, convirtiendo a Evita en el símbolo de ese logro a favor del derecho femenino. Su libreta cívica fue la Nº 1 y en homenaje a su lucha se permitió que votara en el hospital que hoy lleva su nombre, donde se encontraba internada a raíz de la enfermedad que la llevaría a la tumba: cáncer de cuello de útero.
Sus últimos tiempos y su muerte
En 1951 intentó disputar la candidatura a la vicepresidencia, pero por motivos nunca del todo aclarados, pero seguramente vinculados a su enfermedad y a la resistencia que su figura provocaba entre los altos mandos militares, el apoyo de la CGT no fue suficiente, El 31 de agosto, en un emotivo evento realizado en el centro de Buenos Aires, renunció a la candidatura a través de la transmisión de un mensaje radiofónico. Nunca fue funcionaria, pero la gigantesca acción social que desarrollara, sobre todo a través de la fundación que llevaba su nombre, su cotidiano trato con los humildes y su temprana muerte, el 26 de julio de 1952 a los 33 años la convirtió en un mito y una leyenda, tanto entre sus seguidores como entre sus detractores.
La historia terrible de su cuerpo es una síntesis de los peores años de violencia política del siglo XX en la República. A pedido de Perón, el cadáver es embalsamado por el médico español Pedro Ara, quie realizó el trabajo de momificación que es considerado entre los mejores realizado en los tiempos modernos. Vale destacar que Ara llegó a la Argentina enviado por Francisco Franco para conservar los restos de Manuel de Falla, el genial músico gaditano, muerto en Alta Gracia, Córdoba, en 1946, y se radicó entonces en el país. Los funerales de Evita, los más grandiosos de la historia argentina, duraron casi tres semanas, durante las cuales cientos de miles de personas se acercaron hasta su ataúd velado en la sede de la Fundación, el edificio del antiguo Concejo Deliberante, hoy Legislatura Porteña.
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Comenzaron una serie de exagerados homenajes, como renombrar la recientemente creada provincia de La Pampa y la capital de la provincia de Buenos Aires como “Eva Perón”, la detención de los relojes públicos a las 20,25, hora de su muerte, a la que todas las radios del país debían realizar un minuto de silencio todos los días del año. Además estableció luto obligatorio a todos los empleados públicos a través de un brazalete negro, llegándose al extremo de cesantear a aquellos ciudadanos que se opusieran a portarlo. En las calles, debía guardarse un minuto de silencio deteniéndose toda persona en el lugar donde lo encontraran las 20:25 hs. de cada día. La deriva autoritaria que desde fines de 1952 fue tomando el segundo gobierno de Juan Perón hizo que muchos simpatizantes peronistas sostuvieran que si Evita hubiera estado, todo eso no hubiese ocurrido.
El dantesco periplo de su cadáver
El cuerpo de Eva Perón es venerado en la Confederación General del Trabajo hasta el derrocamiento de Perón en 1955, cuando comienza una serie de eventos aterradores. El cadáver es secuestrado por el teniente coronel Carlos Moori-Koenig el 23 de noviembre y escondido en una dependencia del Ejército, luego ocultado detrás de la pantalla de un cine en el barrio de Villa Crespo en Buenos Aires, más tarde en una casa perteneciente a la entonces SIDE en el barrio de Belgrano, y finalmente, en esta etapa, uno de los encargados de custodiarlo lo lleva a su casa. En medio de la paranoia que la responsabilidad le provocaba, una noche ve una sombra detrás del ataúd, le dispara y mata a su esposa embarazada.
Los responsables políticos de esos tiempos deciden entonces enviar el cuerpo a Italia, y el 23 de abril de 1957, con un nombre falso y sugerente (María Magis de Magistris, la “mayor de las maestras”) es enterrado en la sepultura 41 del sector 86 en el Cementerio Maggiore de Milán, gracias a una discreta gestión del Vaticano. El 28 de agosto de 1971, los militares que nuevamente ejercían el poder en la Argentina, deciden la entrega del cadáver bastante dañado a su viudo, exiliado en ese entonces en su casa del barrio de Puerta de Hierro, en Madrid. Luego de un viaje por rutas de Italia, Francia, cruzando los Pirineos y España, Perón lo recibe y lo reconoce el 1° de setiembre de ese año.
El 17 de noviembre de 1974, luego de la muerte de Perón en Buenos Aires mientras ejercía su tercera presidencia, el cuerpo de Evita es traído a la Argentina. Ejercía la primera magistratura, la tercera esposa de Perón, María Estela Martínez. El episodio fue precipitado por el robo del cadáver de Pedro Eugenio Aramburu por parte de los Montoneros, que exigieron cambiarlo por el de Evita. Finalmente Evita fue ubicada en una cripta en la residencia presidencial de Olivos, junto al ataúd de Perón, y se exhibió el cuerpo impúdicamente a cambio de la compra de una entrada a la capilla funeraria. Finalmente, en 1976, el cuerpo de Evita fue entregado a su familia de sangre y sepultada en el panteón de los Duarte en el cementerio porteño de la Recoleta, donde yace hasta hoy junto a su madre, su hermano Juan y sus hermanas Elisa, Erminda y Blanca.
No cabe duda que Evita es la mujer más significativa del siglo XX argentino, y su vigencia queda demostrada por las polémicas que aún despierta su actuación pública y su personalidad, a pesar de los 72 años que nos separan de su muerte, más del doble de los años vividos por la “abanderada de los humildes”. Sin duda este artículo ha hecho una apretada síntesis de la vida apasionante de una mujer apasionada, y muchos hechos han quedado omitidos, pero fue la intención realizar una pintura de la vida y de la obra de la segunda esposa del presidente Juan Perón.