Jack Mackey tenía muchos problemas con el alcohol. El joven bebía 21 litros de sidra al día para aliviar los síntomas de la ansiedad social, pero su cuerpo le terminó pasando factura y estuvo reiteradas veces al borde de la muerte.
El día después de cumplir 27 años, fue encontrado por su madre Sue desplomado en su habitación vomitando sangre. Ella lo llevó al hospital y suplicó al personal que lo salvara. Durante años, en unas 30 visitas al hospital, les habían dicho que no había suficientes camas para retenerlo más de unas pocas horas y que estaba indefinidamente en la lista de espera para desintoxicación como paciente hospitalizado.
“Me sentí muy solo cuando estaba cerca del final. Casi muero tres veces y te sientes muy solo. Sientes que no hay una luz al final del túnel, pero la hay”, dijo.
A partir de los 19 años, Jack, de Tunbridge Wells, Kent, poco a poco empezó a beber cada vez más. Como músico, actuaba en una banda varias noches a la semana y utilizó al alcohol para intentar superar su ansiedad. Sin embargo, todo se fue de las manos rápidamente. Pronto, se encontró bebiendo cuatro litros de sidra sólo para salir de casa para su trabajo diario en Tesco.
En ese preciso momento, empezó a darse cuenta de que tenía un problema grave. Su primer viaje al hospital surgió de la nada. No había bebido ese día. Dijo: “Tuve un ataque muy fuerte en casa y me llevaron de urgencia al hospital con mi abuela. Estaba en la parte trasera del auto convulsionando. Fue entonces cuando me di cuenta de que dependía de él”.
Los médicos del Hospital Pembury le dijeron que su cuerpo era muy dependiente del alcohol y que la reacción adversa se debía a la abstinencia. Después de que le pusieron un suero, que completó los nutrientes que le faltaban, lo enviaron a casa y le dijeron que siguiera bebiendo, pero que lo redujera lentamente.
La madre de Jack, Sue, estaba desconcertada. No hubo cuidados posteriores, sólo un plan vago de cuánto debía beber y pastillas para ayudar a su sistema inmunológico. “Desafortunadamente, ese es el consejo que te dan cuando vas al hospital y no tienen espacio para desintoxicarte o simplemente están demasiado ocupados”, contó Sue.
Durante los siguientes seis meses, él y su madre hicieron todo lo posible para controlar sus niveles de bebida, pero la abstinencia significó que estaba “alucinando, completamente delirando”. Durante los frecuentes viajes al hospital, a su madre le decían que Jack debía irse a su casa porque no tenían camas para atenderlo.
Jack contó: “En ese momento yo también tenía tendencias suicidas, porque las cosas que estaba viendo eran algunas de las más aterradoras que he visto en mi vida. Que me enviaran a casa fue como una sentencia de muerte para mí”. Además, agregó: “Cuando bebes tanto no puedes mejorar tu salud mental, por lo que mi depresión empeoraba cada vez más. Me estaba autolesionando, era una pesadilla”.
Continuó contando: “Creo que el sistema todavía no funciona en muchos sentidos. Incluso cuando vas al hospital todavía tienes el estigma de ‘adicto’. Es necesario que haya más ayuda para los adictos”. Las alucinaciones empezaron a empeorar. “Empecé a escuchar cosas, escuchar música saliendo de mi ventilador. Fue una locura”, explicó Jack.
“Mi mamá me subió al auto y me dijo ‘vamos, nos vamos’. Cuando llegamos al hospital, estaba hablando con las paredes y pensé que el mundo se iba a acabar. Eso fue porque no bebí dos litros como se suponía que debía hacer ese día. Ese tipo de abstinencia puede ser fatal, y en muchos casos lo es si no se trata”, dijo.
En su peor momentom, Jack bebía 21 litros de sidra al día. “Estaba literalmente durmiendo 20 minutos. El día terminaba, dormía 20 minutos, me despertaba, bebía. Era simplemente una locura”, explicó. “Nunca podría caminar por las mañanas porque en esos 20 minutos sin beber, mis temblores eran muy fuertes. Es un infierno, básicamente”, contó.
A los 23 años, finalmente fue aceptado en un programa de desintoxicación para pacientes hospitalizados en Bridgehouse Center en Maidstone. Jack había esperado meses que muchos otros adictos no tienen. “El día que me llevaron al hospital fue una semana antes de que tuviera que ir a desintoxicarme y casi muero. A veces, literalmente, puede no ser suficiente”, dijo.
A Jack le dieron librium, una clase de benzodiazepinas que permitieron reducir gradualmente los síntomas de abstinencia. Poco menos de dos semanas después, le permitieron irse. En principio todo había funcionado, sin emabrgo, la ruptura de una mala relación hizo que su salud mental se disparara y comenzó a beber nuevamente. El hombre admitió que empezó a beber de nuevo, al principio, porque no quería vivir.
Durante los meses siguientes siguió bebiendo, pero pensaba que era a un nivel manejable. “En un lapso de cinco meses me puse amarillo”, aseguró. Su última copa llegó el 29 de septiembre de 2019. Su madre lo encontró en su habitación al día siguiente vomitando sangre. Era el día después de su cumpleaños número 27.
Jack estuvo en el hospital durante ocho días y luego fue enviado de regreso a Bridgehouse para desintoxicarse como paciente hospitalizado. Su familia había estado hablando de enviarlo a rehabilitación pero no podían costearlo. “Una persona común y corriente no puede permitírselo”, dijo Jack.
Sin embargo, se enteró de Kenward Trust, un centro de rehabilitación benéfico cercano. Pasó allí tres meses. Dijo que todo lo que le pidieron en este lugar fue una pequeña contribución de sus beneficios y, a cambio, obtuvo su propia habitación, comida y días llenos de lecciones de recuperación.
Al día de hoy, Jack vive en su propio apartamento y continúa haciendo música. También ha publicado un libro, Delirium, que detalla su batalla para superar el alcohol y está trabajando en un segundo.