“¡Era por abajo!” La frase se sigue repitiendo con resignación diez años después de que el delantero Rodrigo Palacio intentara pasar por arriba al arquero alemán Manuel Neuer en la final del Mundial de Brasil. Palacio pateó para arriba intentando sobrepasar a un arquero demasiado alto. La pelota se fue afuera, y la Copa, a Alemania.
Al presidente y exarquero Javier Milei se le podría decir -parafraseando la metáfora futbolera- “¡había que explicar!”, porque el viernes el mundo de la política argentina mirará con mucha atención si el líder libertario en la primera apertura de sesiones ordinarias del Congreso elige pisar el acelerador de la confrontación con los gobernadores y legisladores o bajará un cambio.
Pero los comunicólogos mirarán también el viernes si Milei “la ve” o “no la ve” en materia de comunicación. Le prestarán mucha atención a esa faceta complicada de los primeros 80 días de gobierno del economista: su capacidad de sostener con comunicación el consenso con la opinión pública que lo llevó a la presidencia.
Un aspecto deficiente
Los expertos en comunicación argentinos vienen calificando sistemáticamente como deficiente e improvisada la comunicación de Milei.
El fracaso del ya tristemente célebre “Inciso H” debería haberle servido de ejemplo a Milei de que el expresidente brasileño Fernando Henrique Cardoso tenía razón cuando sostenía que “gobernar es explicar”.
La “ley Ómnibus”, ese paquete de más de 600 leyes que Milei consideraba fundacional, se cayó cuando legisladores aliados, que venían aprobando todos los puntos, miraron para otro lado a la hora de votar el inciso que le entregaba al Poder Ejecutivo el control de todos los fondos fiduciarios. El resto es historia: enfurecido, el Presidente mandó todo el paquete de vuelta a comisión y -consciente o inconscientemente- el proyecto perdió estado parlamentario. El “milagro” de que el Congreso trabajara por primera vez en la historia todo un mes de enero se fue, como la pelota de Palacio, por arriba del travesaño.
El Presidente intentó convertir el fracaso en triunfo, pero no pudo evitar cumplir con la “primera ley de la comunicación”: nunca hay una segunda oportunidad para una primera impresión, y esa primera impresión fue de fracaso.
Un aprendizaje
Pero la buena noticia es que de ese fracaso, Milei ahora puede aprender. Con el correr de los días, los periodistas se fueron enterando de qué se habla cuando se habla de fondos fiduciarios.
Fueron descubriendo datos prácticamente desconocidos, como el de que suman el equivalente a dos puntos del PBI: un monto muy relevante para el erario público nacional. También fue trascendiendo que muchos de esos fondos específicos alguna vez tuvieron algún sentido, pero hoy no tienen razón de ser.
Lo más llamativo que la sociedad se fue enterando es que la administración de esas cuentas en la mayoría de los casos es como mínimo opaca, sino totalmente oscura y se puede prestar para “el curro de la política”, parafraseando a Javier Milei.
El hecho de que la información sea pública y se debata cambia mucho las cosas: los legisladores podrán emitir un voto pensando en la política partidaria o abrazando algún negocio personal. Pero les cuesta más justificar su voto cuando las encuestas muestran que van a atentar contra la opinión pública en un tema firmemente instalado.
¿Votarían los legisladores hoy el tema fondos fiduciarios igual que el 6 de febrero, cuando cayó la ley Omnibus, después de 20 días en los que en los medios se debatió como nunca sobre los mentados fondos de los que antes nadie tenía idea?
Un antecedente
El caso más extremo es el de la tristemente célebre Resolución 125, con la que Cristina Kirchner buscaba en 2008 aplicarles un impuestazo terminal a los productores agropecuarios con retenciones móviles: les quitaba toda la rentabilidad que les quedaba. Su propio vicepresidente, el radical Julio Cobos, sintió el “aliento en la nuca” de la opinión pública contraria a semejante castigo al sector más importante de la economía argentina. Después de tres meses de debates en los medios y protestas en la calle, emitió su histórico “voto no positivo” que hizo tambalear al gobierno kirchnerista de entonces.
Ahora Milei apuntaría a convertir al ómnibus en varias “combis”, más simples de digerir -y negociar- y con menos riesgo de que todo junto termine en otro colosal fracaso. Las “combis” le pueden dar al equipo de comunicación de Santiago Caputo la oportunidad de desarrollar una estrategia para que los legisladores empiecen a sentir el “aliento en la nuca” de la opinión pública. Si no lo hacen, el gobierno corre el riesgo de dar una segunda impresión de fracaso, lo que lo debilitaría aún más.
Se lo dijo a Milei Gita Gopinath, la número dos del FMI, en su visita a la Casa Rosada la semana pasada: en Washington quieren ver consensos. Y Milei a esta altura debería entender que solo con ajuste macroeconómico puro y duro su revolución no es sustentable: precisa las reformas estructurales que compensen el sacrificio con más trabajo e inversiones.
La reforma laboral
Un ejemplo del riesgo que corre el gobierno es la reforma laboral. Milei atropelladamente la intentó colar dentro del mega DNU, que los sindicalistas le frenaron en la Justicia. No solo porque mezclaba temas específicos de los costos y riesgos laborales que espantan a los empresarios a la hora de contratar personal con asuntos más complejos y reñidos con la Constitución, como el derecho a huelga. También le jugó en contra el hecho de querer regular con un decreto un tema históricamente tan controvertido como las leyes laborales, en lugar de hacerlo por ley.
Desde el gobierno no se explicó nada ni antes, ni durante, ni después sobre qué pretendía en materia de desregulación laboral y qué beneficios podría traer a la sociedad argentina modernizar las leyes del trabajo.
Milei promete que, ahora que fracasó el DNU, además de defenderlo ante la Corte Suprema, llevará un proyecto de reforma laboral al Congreso. ¿Cómo votarán los legisladores?
Sin hacerle caso a Fernando Henrique Cardoso y “explicar para gobernar”, el proyecto tiene final abierto.
Hace tres años, la reforma laboral contaba con un alto grado de aprobación en la opinión pública: dos tercios creía que se precisaba una reforma laboral para que las empresas den trabajo, según la encuesta bimestral de la Universidad de San Andrés. El año pasado, la encuestadora FGA llegó a medir casi 70 por ciento de aprobación por una reforma laboral “que respete los derechos adquiridos de los actuales trabajadores en relación de dependencia, pero flexibilice las condiciones de contratación de nuevos empleados”.
El Presidente da la lección por “sabida”, como también cree que el 56 por ciento que obtuvo en el balotaje es un mandato firme e inamovible para todos y cada uno de sus proyectos y durante sus cuatro años de mandato.
Sin embargo, la última encuesta de Opinaia, indicaba esta semana que la reforma laboral -con 54 por ciento de rechazo- es ahora el menos popular de sus proyectos de una lista de ocho propuestas del gobierno. Ese dato no habla bien de la comunicación del gobierno.
Y no es de extrañar. Desde que el gobierno publicó el mega DNU los únicos que “explicaron” la reforma laboral de Milei fueron los sindicalistas: les dejaron a los gremialistas toda la cancha libre para instalar su propia definición de que “les quitan sus derechos a los trabajadores”.
Milei no explica, ni saca a otros voceros a la cancha. El ministro de Economía, Luis Caputo, habla lo menos posible; al jefe de Gabinete y vocero “natural”, Gustavo Posse, ni se le conoce la voz, como tampoco se conoce el timbre de voz del secretario de Trabajo, Omar Yasin. Su jefa, la ministra de Desarrollo Humano, Sandra Pettovello, está demasiado concentrada en pelearse con piqueteros como para explicar la reforma laboral, así que tampoco habla del tema.
¿Qué opinará el influyente jefe de comunicación de Milei, el joven consultor de campaña electoral Santiago Caputo? También es un misterio, porque el comunicólogo -que podría ser uno de los principales voceros- tampoco habla en público. Es discípulo de Jaime Durán Barba. El ecuatoriano ayudó a Mauricio Macri a ganar más de una docena de elecciones, pero como principal asesor de comunicación del gobierno del ingeniero, fue el padre del frustrado gradualismo y de la malograda directiva de Macri de no explicar nada de la “herencia recibida”.
Una vez le preguntaron a Durán Barba en una entrevista a poco de asumir Macri por qué el ingeniero no explicaba mejor la fatídica herencia que estaba recibiendo: “¿Explicar a quién? !Nombres, direcciones y teléfonos! A nadie le interesa que le expliquen nada”, dijo traduciendo la esencia de la estrategia de comunicación de gobierno que le había trazado a Macri.
A Durán Barba -como a Milei- también se le podría recordar que “era por abajo”: había que explicar un poco más.