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HUMOR PARA LEER Y ESCUCHAR Reflexiones de la vida diaria: «Metidas de pata»

Hoy, en exclusiva, desde la vida cotidiana, nuestro corresponsal, Adrián Stoppelman, analiza el fenónemo de la inserción de pierna, también conocida como “metida de pata”. Léalo ahora, no sea cosa que se equivoque, y lea otra cosa.

«Metidas de pata»

Quien más, quien menos, alguna vez metió la pata, se equivocó feo, la pifió, hizo pipí fuera del tarro, pasó calor, fue el hazmerreir de la fiesta, o simplemente dijo o hizo algo de lo que se arrepentirá toda su vida y el resto de la eternidad en el más allá.

Porque esa es la característica de toda metida de pata: te queda para siempre, es como un trauma, una marca. No importa el tamaño de la metida de pata. Vos sabés que lo hiciste. Que hablaste mal de alguien delante de su mejor amiga, sin saber que ella era su mejor amiga. Que felicitaste a esa amiga por su embarazo, y no estaba embarazada, sino mucho más gorda que la última vez que la viste. Que le mandaste un mensaje de texto hot a tu compañera de trabajo, cuando el destinatario era tu amante del momento pero que su nombre está al lado del de tu compañera en la lista de contactos del celular. Y si lo hiciste, o te pasó, no hay forma de solucionarlo, ni sacarlo de tu conciencia. Es como que cuando uno mete la pata, la mete en cemento fresco. Y al instante, el cemento seca y la pata queda adentro para toda la vida.

El problema de esta época es que una simple metida de pata, si hay alguien grabando con un celular, pasa a ser un papelón que tiene 7 millones de likes en Instagram y en Tik Tok y de la noche a la mañana te convertís en la cara del meme de “qué bobo que soy”, pero no precisamente con la palabra “bobo”.

Como contrapartida, si la metida de pata puede ser catalogada como “blooper”, ahí cambia la historia: Ahí usted puede monetizar su ineptitud con un video en Internet, volverse millonario, tener una compañía de naves espaciales y ser admirado y odiado por todo el mundo por partes iguales. Tan iguales que los que lo admiran son los mismos que lo odian.

Lo que no tiene importancia, es la cantidad de gente presente en el momento de la metida de pata. Da lo mismo una multitud que una sola persona. Porque basta un solo espectador, para que ya te quieras hacer el harakiri con un grisín de salvado.

El error es intentar corregir la metida de pata. Ya está, no la embarre más. No trate de disimular, no siga la acción. Si usted ya comentó cuan horrible era ese bebé sin saber que se lo decía al padre del bebé,  después no diga «pero tiene cara de ser muy inteligente».

Queda peor. La mejor, y única salida, según mi humilde criterio, es levantarse, decir “hasta nunca”, y exiliarse en algún país donde nadie hable castellano.

Otra cosa que tampoco conviene hacer, nunca, es salir en defensa o tratar de justificar a un amigo que metió la pata. Porque si hace eso, ¡usted va a quedar pegado al metedor de pata! No sea cómplice. Ni pase a la historia como el protagonista de la segunda etapa de la historia, que es esa parte de la historia que cuando se cuenta empieza: “y como si fuera poco, no va este otro y… “. “Este otro” es usted. Lo mejor en esos casos es unirse al grupo de personas que están comentando «qué desubicado ese tipo”, y si alguien pregunta «¿alguno lo conoce?» usted limítese a decir algo así como: «mmm le veo cara conocida… pero la verdad no sé quién es».

También hay que tener en cuenta que un papelón no es un papelón si uno no te enterás. La bragueta baja, por ejemplo, o un agujero en el pantalón: puede tenerlo todo el día, y si tiene la suerte de volver a su casa sin haberse dado cuenta, se va a dormir tranquilo.

El problema surge cuando un amigo “bien intencionado” te lo hace notar, y te das cuenta que todos te vieron los calzones. ¡Con razón todo el mundo se reía por lo bajo! ¡Y vos que pensabas que era tu arrolladora simpatía personal!

Y hay de todo en la viña del señor. Están los papeloneros, los catrasca… y están esos tipos que tienen la rara habilidad de decir las cosas inadecuadas en el momento o a la persona inadecuada… son esos capaces de pedirle fuego a Niki Lauda mientras le comenta cómo se incendio el Challenger.

Pero nadie está exento de meter la pata. Y por eso creo que es el momento ideal para cerrar la boca, que si de meter la pata se trata, recuerden que yo uso, de zapatillas, talle 47.

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