La CGT (Confederación General de Trabajadores) -junto a varios otros entes aliados, especialmente sindicales- llevó a cabo un Paro (Huelga) General, con una movilización para marchar y protestar frente al Congreso Nacional, con concentraciones y marchas simultáneas en muchos otros puntos del país.
Es el primer paro de este tipo desde mediados de 2019, cuando todavía gobernaba Mauricio Macri. Es decir, durante todo el desastroso gobierno peronista / kirchnerista de Alberto Fernández no vieron la necesidad de protestar de esta manera. ¿Estarían cómodos?
Este Paro tiene lugar cuando Javier Milei lleva 45 días en el gobierno, rompiendo el récord del que le hicieron al presidente Fernando De la Rúa (tampoco peronista) en 2000, cuando llevaba tres meses en el gobierno.
Diversas estrategias peronistas de esos años se sumaron a las torpezas de De la Rúa, y los avatares de la fortuna -incluyendo el impacto del 11 de septiembre de 2001- para llevar al colapso del gobierno de De la Rúa, y su reemplazo por los peronistas Duhalde y luego Kirchner. (Y me salteo tres peronistas más, que gobernaron pocas horas en aquello de los cinco presidentes en 10 días).
Algunos interpretan que lo que busca el peronismo es un colapso similar, y otros parecen directamente añorarlo, incluyendo a Luis Albistur un clásico publicista peronista que resucitó el viejo chiste (por lo menos yo llevo 30 años escuchando que es un viejo chiste), aquel que dice «Al gobierno le dicen Semana Santa, porque nadie está seguro de si cae en marzo o en abril».
Pero el ánimo general yo diría más bien es que de ninguna manera hay que dejarlo caer; más bien es que hay que darle una oportunidad al gobierno para que implemente sus cambios. Y sobre todo, que la alternativa nunca puede ser volver a los mismos que han causado los enormes problemas que tiene hoy Argentina, es decir al viejo peronismo / kirchnerismo / massismo / sindicalismo etc.
Uno de los principales triunfos del Gobierno en la pulseada de hoy justamente no es lo que dicen o reclaman los que marchan, sino quienes son. Son el opositor perfecto para un gobierno que dice que quiere quitar muchos privilegios, ya que son quienes detentan dichos privilegios, y están protestando no para que cambien las cosas, sino para que sigan igual, y en la práctica, peor.
Como regalito para Milei, cual frutilla del postre, Pablo Moyano, el primer orador sindical dijo que al ministro de economía había que llevarlo en andas si cumplía con su plan, pero para tirarlo al riachuelo.
En un país donde hace menos de 50 años los «vuelos de la muerte» tiraban personas vivas embolsadas al Río de la Plata, y con varias Madres de desaparecidos paradas a su lado, esta expresión de violencia verbal es imperdonable. No me sorprendería que domine la cobertura y la narrativa acerca de lo sucedido el día de hoy.
En la competencia de los números, en algún momento las fuerzas de seguridad de la Ciudad de Buenos Aires hablaron de 130.000 participantes en la marcha y la concentración, bastante más de la expectativa de 50.000 que algunos habían tratado de instalar ayer, pero igualmente estimo que es poco para las pretensiones de una marcha así. Por su lado, los organizadores creo que han afirmado que millón y medio de personas participaron en todo el país,
Habría que ver como construyeron ese dato, que tampoco es tan impactante para Argentina, dicho sea de paso.
Más allá de la competencia cuantitativa, hay hoy en la Argentina de Milei una de carácter más cualitativo, y tiene que ver con ver si se cumplen con el «Protocolo» de la ministra Patricia Bullrich, sobre cómo deben comportarse los que protestan, y en particular con que no impidan la circulación de la ciudadanía. En este sentido, se vio un evento bastante ordenado que molestó poco, pero al mismo tiempo tuvo suficiente volumen para que las mismas autoridades tuvieran que cerrar algunas calles y avenidas de a ratos. En resumen, la disrupción fue muy menor, y diríamos que este fue un «empate con sabor a triunfo» para el gobierno.
En lo sustantivo, el presidente Milei ha optado por proponer «de entrada nomás» una gran cantidad de cambios en dos grandes iniciativas. La primera es un Decreto Presidencial (DNU, o Decreto de Necesidad y Urgencia, como lo define la Constitución de 1994), donde incluyó prácticamente todas las medidas que lícitamente se pueden incluir en in instrumento así.
Este Decreto rige desde su publicación, aunque está en suspenso por un posible recurso de amparo. Una vez que el Congreso lo recibe, sólo puede rechazarlo, o si no se da por aprobado. Y para rechazarlo deben rechazarlo ambas cámaras. Además, la discusión es a todo o nada, no se puede aprobar o rechazar artículo por artículo. Desde 1994, ningún decreto así ha sido rechazado. (Sí, el mecanismo parece diseñado por Mario Puzzo.)
La otra iniciativa es un Proyecto de Ley Ómnibus que el presidente envía al Congreso, pero este sí puede ser discutido y descuartizado de ser necesario. Al Presidente quizás le gustaría que se trate con la misma contundencia que el DNU, pero también parece que había en la versión original una buena previsión, un «colchón» de temas negociables, y ya hay en discusión una segunda versión con
unos 100 artículos menos. Quizás aquí Milei no logre el 100% de lo que propuso, pero si logra el 50-75% ya es un gran comienzo para él, especialmente si también logra que no le rechacen el decreto.
El Paro y la Marcha de hoy se plantearon justamente para terciar en esta discusión, buscando que no se apruebe ninguno de los dos instrumentos, y que se mantenga mucho del statu quo. Especialmente porque hay muchas medidas que tocarían las finanzas de los sindicatos, que no sólo reciben aportes compulsivos aún de no afiliados, sino además intermedian en el flujo de dinero para la medicina social.
La estrategia de Milei se centra en procurar bajar el déficit fiscal a cero lo antes posible, para así no tener que emitir y terminar con la inflación, ni tampoco tener que endeudarse más para que así Argentina recupere paulatinamente un perfil de crédito e inversión.
Muchos otros, además del sindicalismo, también protestan contra los cambios y ajustes, especialmente la quita de subsidios públicos directos (a la cultura, a la ciencia, al transporte, a los servicios públicos, y otros). Muchos pueden estar de acuerdo con la necesidad de que haya un ajuste general y que se llegue al déficit cero, pero piden / exigen que nos les quiten lo que les toca a ellos. Que el ajuste lo hagan los demás. Y aquí entra la política.
La gran pregunta es si Milei y su gobierno lograrán un ajuste general que de alguna manera sea equitativo, para que una mayoría de los afectados sienta que es parejo y lo consienta, y que esto permita que se empiecen a sentir las ventajas de un nuevo orden con progreso económico en libertad. Y sin tirar a nadie a ningún río.