La cúpula de la Iglesia esperaba ser recibida el viernes pasado por Javier Milei. Procedentes de diversos puntos del país, su última reunión del año había congregado a los principales obispos en Buenos Aires. Pero la saturada agenda del presidente no lo permitió.
El encuentro muy probablemente se va a concretar esta semana. Cada año los obispos quieren saludar a quien ocupa la presidencia de la nación para transmitirle los saludos navideños. Eventualmente, suelen dejarle alguna inquietud.
Esta vez se encontrarán con un nuevo habitante de la Casa Rosada que está llevando adelante un durísimo ajuste cuyo impacto social les preocupa grandemente.
Por eso, se descuenta que el mensaje que le llevarán será la necesidad de que el gobierno desarrolle una asistencia que no se limite a la mejora del monto de los que ya reciben planes, sino que también alcance a quienes pasarán ahora a ser pobres y, por tanto, están fuera de la asistencia del Estado.
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Desde la campaña, Milei viene diciendo que no se quitarán de buenas a primera los planes sociales porque responden a una necesidad evidente, sino que se avanzará en la quita de su intermediación por parte de los dirigentes de los movimientos sociales.
La semana pasada, el ministro de Economía, Luis Caputo, anunció una duplicación del monto de la Asignación Universal por Hijo y un aumento del 50% del correspondiente a la Tarjeta Alimentar.
La última medición del Observatorio de la UCA, correspondiente al tercer trimestre de este año, arrojó que el 44,7% de los argentinos -casi 20 millones- son pobres (el 62%, menores de edad), de los cuáles el 9,6% -alrededor de cuatro millones son indigentes-.
Pero si se quitarán las ayudas del Estado -que alcanzan a casi la mitad de la población, la pobreza llegaría al 49% y la indigencia al 20,8%, estima el director del ODS, Agustín Salvia.
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Son niveles de pobreza sólo superados durante la crisis de 2001 y que están cabeza a cabeza con los de la cuarentena. Niveles que obviamente crecen con el sensible aumento que está teniendo la inflación -la gran productora de pobreza- y que, según todas las proyecciones, perdurará al menos en los primeros meses del nuevo gobierno, provocando -dice Salvia- que más sectores medios no profesionales pasen a ser pobres.
Consciente del papel social de la Iglesia, el nuevo secretario de Desarrollo Social, Pablo de la Torre, se reunió antes de asumir con el presidente del Episcopado, el obispo Oscar Ojea, a quien le ratificó que los planes sociales seguirán vigentes hasta que los beneficiarios accedan a un trabajo, más allá de que se avanzará en la eliminación de la intermediación de su adjudicación por parte de los movimientos sociales.
En rigor, Pablo siempre quiso estar en sintonía con la Iglesia. Con su hermano Joaquín -del que fue secretario de Salud cuando este era intendente de San Miguel-, no sólo comparten su condición de católicos, sino que ambos asumieron una férrea oposición a la legalización del aborto. Pero en los medios eclesiásticos niegan que su designación haya sido producto de un acuerdo con los obispos.
La sensibilidad religiosa de Pablo puede llegar a ser clave en su relación con los católicos que se ocupan de lo social, especialmente con los curas villeros que se enfrentaron duramente durante la campaña con Milei por sus críticas al Papa Francisco y por haber descalificado el principio de justicia social. Su principal referente, el padre Pepe, llegó a decir que un católico no podía votar por el libertario.
Es claro que De la Torre necesitará del aporte de la Iglesia, no sólo a través de la vasta obra social que desarrolla, comenzando por la red de comedores comunitarios, muchos de ellos gestionados por Cáritas. También por sus vínculos con los referentes barriales y, en general, con los movimientos sociales, ya que podría ayudar a pacificar los ánimos y facilitar el necesario diálogo.
Paralelamente, el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge García Cuerva, aprovechó la invocación interreligiosa oficiada en la catedral porteña con motivo de la asunción de Milei para exponer algunas premisas que la Iglesia considera clave a la hora de gobernar, particularmente ante el primer jefe de Estado que se declara liberal – libertario.
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Para ello, García Cuerva citó a Francisco: “La verdadera libertad se expresa plenamente en la caridad”. Por eso, consideró “individualista” la mentada premisa de que “mi libertad termina donde empieza la tuya” porque “falta el vínculo” con los demás, y señaló que “la dimensión social es fundamental y nos permite mirar el bien común y no solo el interés privado”.
En ese sentido, subrayó que “es necesario aprender a reencontrarnos y reconocer que somos una comunidad, dejar de lado personalismos y generar consensos y acuerdos que permitan a la creatividad y audacia abrir nuevos caminos; hay muchos hermanos nuestros al borde del camino que quieren ser parte viva de esta reconstrucción”.
Mientras tanto, Milei sigue recibiendo buenas señales desde Roma. En declaraciones televisivas, el Papa minimizó esta semana las críticas del libertario a su persona. “En campaña electoral se dicen cosas que son provisorias, que se usan para generar un poco de atención, pero después caen solas”, comentó.
Más aún: dando la impresión de que está al tanto del giro pragmático de Milei tras llegar a la presidencia, dijo que “hay que distinguir entre lo que dice un político en la campaña y lo que realmente va a hacer porque después viene el momento de lo concreto, de las decisiones”.
Precisamente, entre las decisiones que está tomando y debe tomar Milei se cuenta cómo afrontar el impacto del ajuste y la conflictividad social. ¿Aprovechará la inicial indulgencia de Francisco y escuchará a la Iglesia?
