Yolanda Caballero se crió junto a nueve hermanos. Jamás les sobró nada: al revés, siempre les faltó. Pero, a pesar de todo, hoy a los 68 años recuerda su infancia con amor en su voz. “Mis hermanos se iban al mercado a trabajar con mi papá a los 14 años ya y nosotras cocinábamos con mamá y vendíamos pan casero, churros, todo eso”, contó a TN.
Desde chiquita la vida le enseñó a compartir, a luchar por lo que se quiere y sobre todo a ayudar al otro. Con una gran influencia de la religión, Yoli, como le dicen en el barrio Nuestro Hogar 3 de Córdoba, logró salir adelante. Trabajó como enfermera durante 15 años, en paralelo hizo un curso de peluquería para poder cortarles el pelo a los jubilados que atendía en el hospital. Y hoy se encarga de que los más chicos tengan una merienda asegurada todos los días.
“Comencé en la pandemia, cuando muchos no podían trabajar. Este es un barrio muy humilde, marginado, casi todos trabajan de albañiles, entonces por varios meses estuvo todo parado. A muchos se les complicaba comer y un día con mi amiga Mónica, salimos con una olla a repartir arroz con leche”, recordó.
A partir de ese momento el objetivo de Yoli fue creciendo sin escalas. Para el Día del Niño de 2020 salieron a repartir chocolatada caliente y en enero de 2022 pudo abrir parte de su casa para darle de comer a los chicos: “El municipio me dio el permiso de merendero, todo legal, para que pudieran venir los 30 nenes que hoy tenemos. También conseguimos llevarlos a la pileta, para que puedan disfrutar del verano”, contó emocionada.
Pero el interés por el bienestar del prójimo no termina en ella, sino que a pocas cuadras de su casa vive uno de sus hijos, que también se sumó al acto solidario y abrió las puertas de su hogar a otros 25 chicos. “Para las fiestas o días importantes tratamos de buscar juguetes y regalarles a todos algo. Para el Día de Niño solemos cortar la cuadra de casa y hacemos juegos, conseguimos inflables y metegoles”, agregó.
También, contó que “ahora su proyecto es levantar un par de paredes” para que más chicos puedan acercarse a merendar. “Conseguí tablones y caballetes y ya tengo la mesa. Ahora me faltan las sillas”, detalló.
Vecinos, la iglesia evangelista a la cual pertenece y algunos clubes le donan tasas, cubiertos, las cosas básicas que necesita para arropar a tantos chicos. Pero la comida, el punto fundamental de todo, “lo pone de su bolsillo”: “Saco plata de mi jubilación para comparar la comida. Yo cobro la mínima, no me sobra nada, pero cuando uno ve que alguien pasa hambre no puede mirar para el otro lado”.
Yolanda no es rica, no tiene una situación privilegiada en una Argentina tan golpeada por la crisis económica, pero, a pesar de eso, siempre decidió compartir lo poco o mucho que tenga con los demás. “Yo siempre me dediqué a ayudar. Trabajé como enfermera, hice un curso de peluquería para cortarle el pelo a los abuelos en el hospital porque no se podían mover ni pagar un corte. Hoy me dedico a esto, todos los días me encargo de darles la merienda a los 30 nenes que vienen”, concluyó orgullosa.