En la noche del 18 de junio de 1976 un cable de Télam reprodujo íntegramente un comunicado del Tercer Cuerpo de Ejército para referirse a la emboscada contra el escritor Francisco ‘Paco’ Urondo, su pareja Alicia Raboy, la hija de ambos -Ángela, por entonces una bebé de 11 meses- y Renée Ahualli, la cuarta pasajera del Renault 6 en el que intentaron escapar.
A 47 años de su publicación, el texto fue recuperado por el archivo de la agencia pública para repasar una historia dolorosa de encubrimiento, secuestro y muerte, y que pone en evidencia la distorsión informativa de la dictadura.
El cable tiene siete párrafos escritos enteramente en mayúsculas, presentación típica de los teletipos usados por entonces, un título distante y burocrático («Córdoba: Tercer Cuerpo. Comunicado»), y condensa en tres mil caracteres una muestra de la utilización del periodismo como instrumento para justificar el exterminio.
El despacho, enviado desde la corresponsalía de Córdoba y transmitido a las 20:47 bajo el número 211, reproducía lo que podría ser definido como un parte del Tercer Cuerpo de Ejército, con asiento en esa provincia y al mando de Luciano Benjamín Menéndez, para contar -y al mismo tiempo ocultar- sobre el resultado de una persecución llevada a cabo el día anterior por «fuerzas del orden» contra «delincuentes subversivos» en Mendoza.
El texto se refería -como se sabría después- al destino de cuatro personas que transitaban en un Renault 6 pero no las identificaba por nombre y apellido; tampoco informaba que los ocupantes del «vehículo sospechoso» eran, justamente, cuatro: el cable solo mencionaba a tres, un «delincuente subversivo» que «murió», una mujer herida que logró huir y «un niño de aproximadamente un año de edad».
Ese niño, en realidad, era niña, tenía 11 meses y se llamaba Ángela, hoy una mujer de 48 años a la que el DNI certifica como Ángela Urondo Raboy, y quien desde que pudo recuperar su historia y entender lo que ocurrió el 17 de junio de 1976 buscó de modo incesante reconstruir detalles y vidas de las otras tres personas del auto: su padre, Francisco ‘Paco’ Urondo; su madre, Alicia Raboy, y Renée ‘la Turca’ Ahualli, compañera de ellos dos en «la organización declarada ilegal en 1975», o sea Montoneros.
El cable describía un operativo iniciado con una emboscada que siguió con una persecución de más de veinte cuadras y consignaba que uno de los ocupantes del Renault 6 había muerto (‘Paco’, asesinado de un culatazo en el cráneo) y que una mujer había logrado huir pero herida, en virtud de «los rastros de sangre hallados en el vehículo».
Se referían a Renée Ahualli, que sobrevivió a ese episodio y a toda la dictadura para años después, en 2011, declarar en los juicios de lesa humanidad que se iniciaron contra efectivos de la Octava Brigada de Montaña y la policía de la provincia de Mendoza que habían participado de ese y otros crímenes imprescriptibles realizados desde la estructura del Estado, como asesinatos, secuestros y desapariciones.
El comunicado del Ejército que reprodujo la Télam del tercer mes de la dictadura, que era controlada por las FFAA desde la madrugada misma del golpe del 24 de marzo, decía lo siguiente: «Como resultado de la acción de las fuerzas del orden murió un delincuente subversivo, que aún no ha sido identificado, logrando huir una mujer. Esta se encontraría herida, por los rastros de sangre hallados en el vehículo, en el cual fue dejado abandonado un niño de aproximadamente un año de edad».
Pero el parte castrense omitía toda referencia a la segunda mujer del auto, Alicia Raboy, madre de Ángela y pareja de Urondo, que había sido apresada viva por el grupo de tareas, que fue secuestrada tras intentar esconderse en un depósito de carbón dentro de un corralón de materiales y que antes de huir había tratado de resguardar a su hija de once meses pidiéndoles que la cuidaran a unos trabajadores del lugar.
Ángela Urondo Raboy contó muchas veces lo que vivió en esa jornada, porque ella estuvo allí siendo una bebé de once meses (había nacido el 28 de junio de 1975); lo volvió a relatar en diálogo con esta agencia, en razón de este artículo.
«A Paco lo mataron de un culatazo en la cabeza. Así de violento, así de trágico. Mientras que mi mamá estaba intentando huir conmigo, me dio a unos hombres que tenían un corralón de materiales en esa cuadra donde el auto había quedado detenido, en (la esquina de) Remedios de Escalada y Tucumán. Ella intentó esconderse en un depósito de carbón que quedaba en la planta alta de ese corralón de materiales. Y de ahí la capturaron. Se la llevaron golpeándola muy violentamente», reconstruyó.
Ángela fue la principal impulsora de esta nota, porque al revisar en archivos y hemerotecas para ver cómo había tratado la prensa de la época lo ocurrido con su padre, su madre, con ‘la Turca’ Ahualli y con ella misma ese jueves 17 de junio de 1976 se encontró con que los diarios que dieron cuenta del hecho reproducían un mismo texto: el cable de Télam.
Ese despacho, en su quinto párrafo, mencionaba que en el intento de huida los «delincuentes subversivos» habían abandonado «a un niño de aproximadamente un año de edad» dentro del Renault 6, mientras que en el párrafo siguiente se afirmaba que tal hecho respondía a una práctica reiterada de los miembros de la guerrilla, consistente en abandonar a los propios hijos y hasta -seguía el cable- usarlos como «escudos» humanos.
La acusación, textualmente, decía así: «Este proceder, de utilizar niños como escudo para llevar a cabo sus intentos asesinos, exponiéndolos a ser heridos o muertos durante la acción y abandonándolos a su suerte ante el menor fracaso, habla claramente de la poca moral y desviados sentimientos que animan a estos delincuentes subversivos».
Esta semana, a casi 50 años de aquellos hechos, Ángela Urondo Raboy contó a Télam lo que sintió la primera vez que leyó una copia impresa de aquel texto emitido al día siguiente del asesinato de su padre y del secuestro y desaparición de su madre.
Comprobar que los homicidas acusaban a ‘Paco’ y Alicia de haberla usado a ella como escudo humano -recordó- le causó un «enorme impacto».
«Era la réplica de la línea de Luciano Benjamín Menéndez, donde se describen los hechos deformándolos, se estigmatiza y se deshumaniza la figura de los ‘terroristas subversivos’, que eran mis padres, y que ellos estaban asesinando, en el caso de mi papá, y desapareciendo, en el caso de mi mamá», amplió Ángela.
Y agregó: «Me causó un enorme impacto leer esa manipulación de la escena tratando de decir algo negativo de mis padres mientras estaban siendo asesinados delante mío. Dicen ‘se escudaron en un niño’ y ese niño era yo».
A Ángela le llevó tiempo procesar todo lo que estaba implícito en ese parte de guerra, al que el periodista Eduardo Blaustein (coautor del libro «Decíamos ayer», una investigación sobre el rol de la prensa gráfica en dictadura) definió como «un certificado de defunción emitido por la burocracia de la muerte».
«Después de mucho elaborar en la lectura de ese texto, y con lo muy doloroso que era, me di cuenta que algo se cuela (del cable que reproduce el comunicado del Tercer Cuerpo de Ejército con asiento en Córdoba), y es una confesión: (Luciano Benjamín) Menéndez está confesando que ellos estaban disparándole a un niño que estaba en brazos de sus padres. Él (por Menéndez) convierte a un niño en escudo porque lo está atacando. Y ese niño era yo. Esa niña era yo», revivió.
Para Ángela, el comunicado del Ejército sobre el operativo en el que mataron a su padre y desaparecieron a su madre (y que para ella, bebé de 11 meses, significó la pérdida de sus padres para permanecer «tres semanas secuestrada» en la Casa Cuna de Mendoza con el miedo implantado en la «memoria corporal») fue escrito -entre otras razones- «para borrar pruebas, para asegurar impunidad y para justificar el crimen».
Ángela Urondo Raboy, que porta los dos apellidos con orgullo y firma así sus libros (como «Quién te creés que sos», entre diario íntimo y testimonial), fue siguiendo los pasos de su padre y su madre en el periodismo y en la escritura en general, «pero no por imitarlos».
Su padre, escritor reconocido, de larga trayectoria y con responsabilidades en la edición periodística; su madre, de 28 años, escribía sobre Gremiales en el diario Noticias (de los Montoneros, luego clausurado) y en febrero de 1974 viajó a Cuba para cubrir la visita a la isla del ministro de Economía del tercer gobierno de Perón, José Ber Gelbard.
El hallazgo y revisión del cable 211 del 18 de junio de 1976 por parte de esta agencia, a casi cincuenta años de su publicación, recupera una historia, asume una herida que sigue abierta y, subrayó Ángela, actualiza una vez más la necesidad de resguardar y proteger los archivos documentales, como en este caso el archivo periodístico de Télam.
«A estas bestias no les alcanza con matar a las personas, sino que además quieren borrar toda huella. No sólo desaparecen a la persona, después desaparecen su nombre de las agendas, después lo desaparecen del registro, del trabajo, del club, y cuando ya nadie más lo nombra, ahí desaparece», advirtió la escritora, que también es ilustradora y performer.
A partir de las singularidades de la historia argentina, Ángela destacó que la protección de los archivos y la conservación del patrimonio cultural muchas veces queda en manos de la propia comunidad, con iniciativas espontáneas.
«Así subsisten archivos escondidos y cositas resguardadas, pero que siempre son una porcioncita de lo que es», concluyó Ángela con una frase cargada de esperanza en la que parecía hablar del pasado y del futuro, de cualquier tiempo, incluso del presente.